Debemos limpiar para santificar - Aspectos importantes a considerar

Debemos limpiar para santificar es una expresión que hace referencia al proceso que Dios hace con cada uno de sus hijos para que puedan alcanzar su transformación, ya que la palabra hace una analogía en la cual se nos compara con vasijas de barros que deben ser moldeadas y restauradas para luego ser llenas de la unción del Espíritu Santo, representado como el agua que da vida y vida en abundancia.

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“Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Corintios: 7)

Por esta razón Jesucristo nos expresa en los evangelios que él es nuestra fuente de agua vida, y que la persona que bebe de esta agua nunca más tendrá sed, pero para beber de este preciado líquido que es su presencia debemos ser limpiados para luego ser santificados mediante su sangre preciosa y un genuino arrepentimiento. Esto lo podemos ver en el encuentro que tuvo Jesús con la mujer samaritana:

“Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice:

"Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4: 7-14)

En este sentido, Jesucristo nos enseña lo que significa seguir sus caminos y aceptarlo, ya que en su regazo obtendremos el agua viva de su presencia en nuestras vidas a través de su Santo Espíritu.
También nos enseña a no hacer acepción de persona, así como él lo hizo cuando estuvo en este mundo, donde vino a buscar lo que se había perdido, desafiando las normas sociales y haciendo a un lado los paradigmas y perjuicios, dando una gran enseñanza del amor, la humildad y su infinita misericordia para el necesitado.

Por esta razón debemos limpiarnos con esta agua viva cada día para así recibir el milagro de la salvación, para obtener su perdón y poder tener entrada al reino de los cielos. De eso se trata nuestra vida con Cristo, purificarnos mediante su fuente de agua viva y ser santificados mediante su perdón.

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    Debemos limpiar para santificar – Aspectos importantes a considerar

    Para comprender lo que significa la limpieza espiritual y el proceso que implica se deben escudriñar las escrituras a fin de conocer el significado del término “santificar”. En la biblia esta palabra hace referencia al hecho de apartarse de algo.
    Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se utilizan con frecuencia diferentes formas de ese término. De esta manera, se podría asociar con los términos como apartar, separar. Así que el Señor aparta para santificar a su pueblo con un propósito determinado, por lo cual el significado de santificar involucra la consagración a Dios , la entrega.

    Las congregaciones crecen en la medida en que tienen un compromiso de vivir en santidad, y para ello es necesario que el pecado no se cuele dentro de las iglesias porque aunque la palabra nos advierte de que la cizaña y el trigo estarán juntas, debemos evitar que la cizaña prospere. En este sentido, cuando se busca la santidad se deben considerar los siguientes aspectos:

    1.- El pecado de uno acarrea condenación a otros

    En la biblia podemos encontrar diferentes ejemplos de lo que el pecado puede traer, de las consecuencias que nos pueden alcanzar. Tal es el caso de Acán quien había cometido pecado por violar las leyes que Dios le había dado para las batallas, lo cual le trajo consecuencias al pueblo. Esto lo podemos observar en el siguiente pasaje:

    “Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel” (Josué 7)

    En este sentido, podemos ver la ira de Jehová contra aquellos que desobedecen los mandatos de Dios, y ese pecado trajo consecuencias para el pueblo Israel.

    2.- Cuando no hay arrepentimiento de pecado, el pueblo es derrotado

    Cuando no existe un arrepentimiento de pecado, aún en aquellas pequeñas cosas, no existirá bendición de Dios. En la biblia podemos encontrar el caso de los espías, quienes se dieron cuenta de que la ciudad era pequeña y que no se necesitaba todo el ejército para vencerla, sino sólo tres mil hombres. Sin embargo, como existía pecado no confesado dentro del pueblo, la bendición de Dios no se manifestó y fueron derrotados y perdieron a 36 hombres del pueblo de Israel.

    En este sentido, cuando no hay confesión de pecados entonces detenemos las bendiciones de Dios, y no obtendremos los resultados esperados. Debemos entender que el Señor ve el corazón y no rechaza a un corazón contrito y humillado.

    Por esta razón, David a pesar de los errores que cometió en su vida, puso su corazón delante de él, declaró su pecado, se arrepintió y reconoció sus debilidades. Esto le abrió puertas y por eso pudo siempre obtener la victoria delante de sus adversarios. De esta manera, David es un claro ejemplo de la manera en la que Dios nos procesa y la forma en la que dirige nuestros pasos.

    3.- Sin limpieza no hay bendición

    Para obtener las bendiciones de Dios en nuestra vida, debemos primeramente limpiarnos de todos nuestros pecados, y esto debemos hacerlo a través de la sangre preciosa de Jesús. Cuando nos arrepentimos, podemos alcanzar la misericordia de Dios y ser perdonados y salvos. No podemos anhelar las bendiciones sin tener la disposición.

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    Al respecto la palabra nos exhorta de la siguiente manera: “Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21).

    En algunos momentos podemos ser como Josué y preguntarle al Señor porque suceden las cosas de una forma determinada, pero debemos comprender que el pecado no permite que las bendiciones lleguen porque es piedra de tropiezo. Esto se puede apreciar en el siguiente pasaje:

    “Y Josué dijo: !!Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? !!Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán! !!Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre? Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres” (Josué 7: 7-11)

    En este sentido, Josué clama al Señor y le hace preguntas, pero la respuesta de Dios corresponde a la desobediencia por parte de Acán, quien trajo mal al pueblo de Israel por su pecado. No se puede justificar el mal, la desobediencia porque esto puede acarrear consecuencias irrefutables para nuestra vida.

    De esta manera, en la actualidad podemos ver congregaciones enfocadas en lo material, en la prosperidad y no se centran en la limpieza espiritual, en la santidad que es más importante que cualquier cosa porque sin santidad nadie verá al Señor porque para estar en su presencia debemos estar limpios, con vestiduras blancas y sin mancha.
    Tal como lo señala la palabra: “Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14)

    En este orden de ideas, dentro de las congregaciones deben haber líderes con la autoridad de exhortar a los miembros, de poner orden y de procurar que las ovejas estén en el carril porque no se trata de tener multitudes aglomeradas en un lugar, se trata de buscar la santidad ante todas las cosas porque es prioridad para poder entrar al reino de los cielos.

    4.- La santificación es una obra progresiva

    Una vez que hemos entrado en la gracia es cuando podemos apreciar que estamos creciendo en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor, tal como se aprecia en la palabra: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).

    Así que como hijos de Dios crecemos espiritualmente, abundamos de forma gradual, buscando la perfección en Cristo Jesús, anhelando la santidad en todo momento, reconociendo que cada prueba constituye una obra progresiva en nuestra vida en la cual somos moldeados a su imagen y semejanza.

    5.- Cuando somos limpios tenemos unión con Cristo

    Una vez que hemos aceptado y recibido a Nuestro Señor Jesucristo comenzamos a establecer una relación con él y en esta medida somos limpiados y purificados porque al estar unidos con él, estamos siendo santificados: “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos” (Hebreos 2.11)

    Debemos limpiar para santificar

    6.- La santificación conlleva nuestra perfección como hijos de Dios

    La perfección cristiana se alcanza en la medida en que nos dejamos moldear por Jesús, nos mostramos obedientes y tenemos la disposición de transformar nuestra vida.

    Ciertamente podríamos preguntarnos cómo una persona imperfecta, que vive en el mundo natural, que tiene defectos, puede alcanzar la perfección en Cristo.

    Esta interrogante nos lleva a lo siguiente, que como hijos hemos sido justificados mediante el pacto divino que Jesús hizo en la cruz del calvario, donde nos limpió de toda culpa y de todo pecado. Al respecto la biblia nos señala lo siguiente:
    “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48)

    7.- La santidad es nuestra herencia como hijos de Dios

    La santidad es un herencia que nos ha dejado Nuestro Señor Jesucristo y que está escrito en la biblia como una promesa divina: “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20:32)

    En este sentido, el poder del Espíritu Santo está al alcance de aquellos que han sido santificados mediante la sangre del cordero, quien nos redime de todo pecado. Y esta unción es indispensable para poder estar al servicio de Dios y hacer la obra de él aquí en la tierra.

    De esta manera que cuando tenemos la santificación hemos sido consagrados por Dios como sus hijos, coherederos del reino de los cielos, debido a que hemos sido limpiados y purificados y por lo tanto tenemos vestiduras blancas delante de su presencia.
    Al respecto la palabra nos señala lo siguiente: “El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.23).

    En este sentido, ser santificados significa ser guardados, apartados para la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, para que pueda encontrarnos limpios y purificados mediante nuestro arrepentimiento genuino a través de la sangre de Jesús.

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