El Deber de Perdonar. Los 4 Llamados al Ejercicio del Perdón.
El deber de perdonar es una consigna y bandera que debe portar cada cristiano como escudo y estandarte en su andar en la vida cristiana. Es alarmante y muy difícil ver vidas, matrimonios, congregaciones y aún países destruidos por los odios raciales, religiosos o ideológicos, que no son más que el producto de un corazón enceguecido por el pecado y el desamor entre los hombres con respecto a Dios y con respecto a su prójimo.
El no perdonar los lleva a consumirse en sus propias emociones negativas y a ser esclavos del pecado y del diablo, siendo por naturaleza hijos de ira y responsables del juicio de Dios para las personas que actúan de esa manera.
Los hijos de Dios estamos llamados a ser pacificadores en una sociedad llena de iras, contiendas y disensiones entre ellos.
El deber de perdonar ha de convertirse en el llamado a la práctica del perdón para crear familias, iglesias y sociedades mas tolerantes y armoniosas ante Dios y los hombres. Veamos.
Lo que es el perdón.
Definimos perdón como remisión de la pena, de la ofensa recibida o de las deudas u obligaciones pendientes. El perdón es una de las doctrinas más distintivas del cristianismo y la expresión de una experiencia espiritual liberadora.
Significa que podemos ser liberados de la pena que merecemos, de las ofensas que cometemos y de las deudas u obligaciones que hemos contraído. El perdón es una fuerza poderosa que remueve el obstáculo espiritual que se origina de la falta y hace posible que la criatura humana se reconcilie y reestablezca su amistad con Dios y con los hombres.
El perdón de Dios presupone tres cosas: 1.- Que el hombre ha pecado, es decir, ha infringido la Ley de Dios que indica cómo debemos comportarnos ante Dios y los hombres. 2.- Que ha reconocido su falta y se ha arrepentido. 3.- Que el ofendido, Dios, ha remitido la culpa y ha puesto el medio para que el ofensor reciba el perdón. De esta manera recibimos el perdón de Dios.
El deber de perdonar llama a la oración
Ser perdonados depende de que perdonemos a otros, aun cuando oramos, nuestras oraciones de confesión de pecados pidiendo perdón por ellos serán estorbadas cuando nosotros no tenemos capacidad de perdonar a quien nos haya agredido, o tenga deuda con nosotros. Es una contradicción que Dios no aceptará (Mr 11.25-26).
Queremos que Dios haga por nosotros lo que nosotros no hacemos por los demás. Esto viola la ley de Cristo, que nos pide amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mat 22.37-40). El momento de la oración, cuando estamos en la presencia de Dios, es propicio para perdonar a quien nos haya agredido, y entonces nuestro Señor perdonará nuestros pecados.
Debemos perdonar a nuestros deudores, al menos en la misma medida que somos perdonados. No existen medias tintas, porque con la vara que medimos seremos medidos. Cuando leemos el Padre Nuestro, en Luc 11.4, notamos que el versículo da por sentado que cuando pedimos perdón, nosotros ya hemos perdonado a nuestros deudores (Luc 11.4). Dios no acepta medias tintas. Si pedimos perdón, debemos perdonar.
La capacidad del perdón no tiene límites. Siempre debemos perdonar. Pedro preguntó al Señor si tendría que perdonar hasta siete veces a su hermano (Mt 187.21-22), y el Señor contestó que no solo debía perdonarlo siete veces, sino setenta veces siete, no 7 x 70 = 490 veces, sino 770, que es un número tan grande que tendríamos que dedicarle un párrafo entero para escribirlo: es decir 1,43504 con 59 ceros a la derecha. Es otras palabras, siempre debemos perdonar.
El Señor Jesucristo lo ilustró de esta manera en la parábola de los dos deudores, que recomendamos leer en este momento (Mt 18.23-35). En Lucas, El Señor Jesucristo concluye el tema diciendo: no juzguen, y no serán juzgados, no condenes, y no serás condenado (Luc 6.37).
En un primer paso, debemos elevar oraciones por el perdón de uno mismo (Lc 11.4). El pueblo de Israel, cuando volvió del exilio, también confesó sus pecados por ellos mismos ( Neh 9.1-3). Y el rey David, después de haber pecado gravemente cuando tomó por mujer a Betsabeth, mujer de Urías, oró de corazón pidiendo perdón por esa acción contra Dios y contra su prójimo.
El mismo David habla de la felicidad que proviene cuando nuestros pecados son perdonados (Sal 32.1-5). El profeta Isaías, en medio de su visión, reconoció su pecado delante de Dios y este le perdonó, quitando su impiedad (Isa 65.1-7). Y el Señor perdonó la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8.3-11), con la condición de que no pecase más.
El perdón de Dios de los pecados de los creyentes los lleva a orar para su perdón de otros y para ser perdonadores en su relación con otras personas. Moisés oró por el pueblo de Dios en el desierto (Ex 32.30-32) y puso su propia vida en expiación por los pecados cometidos ante Dios. Nehemías oraba por su pueblo reclamando las promesas que Dios había hecho a ellos. (Neh 91.4-11)
La Biblia también nos muestra las oraciones de perdón por otros seres humanos ( Gn 18:20–33). Allí vemos a Lot interviniendo por las ciudades de Sodoma y Gomorra, aún en sus peores pecados.
Aún más, el Señor Jesucristo nos manda a orar por el perdón de quienes nos persiguen (Luc 23.33-34) y son nuestros enemigos. De tal manera, es requisito indispensable de que nuestra oración a Dios vaya acompañada con pedir también el perdón para quienes nos hayan faltado. El deber de perdonar nos lleva a ser misericordiosos.
El deber de perdonar llama al ejercicio del perdón como un principio de vida
El deber de perdonar debe convertirse en un hábito liberador en un mundo donde abunda la maldad y el abuso. El Señor dice a los discípulos que no juzguen, no condenen, que perdonen (Lc 6.37). Y esto se vuelve realidad si agregamos la expresión los unos a los otros.
Porque así como yo puedo estar juzgando y condenando a otro. Otro puede estar juzgándome y condenándome a mí. ¿Cómo sería el mundo si esto se vuelve cada vez más y más común? Gandhi dijo que la expresión ojo por ojo podría dejar al mundo ciego.
Ahora, es una cadena que puede romperse si practicamos el hábito del perdón. Esto hace la diferencia entre la cultura del mundo cristiano occidental y el mundo islámico, porque el islamismo no conoce el perdón cristiano.
Si practicamos el perdón los unos a los otros entonces la cadena de juicio y condenación se rompe en algún punto. Es lo importante de ejercer el perdón como un principio de vida.
El perdón no permite la venganza, y te lleva a tener tolerancia con el que es malo. Te ayuda a ceder ante las demandas del otro, así sean injustas, y evita situaciones de pleitos y contiendas, llamando a vivir en paz con valentía y firmeza de carácter.
Nos impulsa a amar a nuestro enemigos, bendecir a los que te maldicen, a hacer bien a los que nos aborrecen y a orar por los que nos ultrajan y persiguen. Eso evita que la ira y la contienda se propaguen por causa de una respuesta dure, y que pensamos que sea proporcional a la ofensa recibida. Eso no nos hace diferentes al mundo.
Debemos mostrar las características de pacificadores como buenos hijos de nuestro misericordioso Padre Celestial, añadiendo la promesa que dijo nuestro Señor Jesucristo, Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos Dios (Mat 5.9). Y a ser misericordiosos, como nuestro Padre Celestial es misericordioso (Luc 6.36).
El deber de perdonar llama al ejercicio del perdón Dentro de la iglesia
No escapa la iglesia a las situaciones de abuso y maldad. Al fin y al cabo, somos pecadores regenerados que traemos secuelas y restos de pecados en nuestras vidas, y que también los manifestamos en la iglesia.
Dios nos llamó para quitarnos las ropas de inmundicia e iniquidad, y revestirnos con ropas de justicia. En Col 3.12-13 se nos llama a vestirnos como escogidos de Dios, santos y amados, llenos de entrañable misericordia con los demás, y cubiertos de benignidad, bondad, mansedumbre y paciencia.
Es menester que nos ataviemos de tales virtudes para poder practicar lo que siguen en el v. 13 (Col 3.13), es decir, soportándonos unos a otros y perdonándonos unos a otros. Creo que una de las peores situaciones que hemos visto en las iglesias es la demostración vergonzosa de rencillas, peleas, contiendas y odios en medio de una congregación santa. Es como ver caer una mosca en la leche. Es una contradicción ver cómo en el pueblo de Dios, llamados a ser santos y a practicar el amor como virtud, que existan personas que demuestren odios y rencores los unos a los otros.
En Filipenses 4.1-2-3 vemos el caso de dos hermanas de la iglesia de Filipos que tenían diferencias y quedaron registradas para la historia, y al apóstol pidiendo al hermano Timoteo que intercediera entre las dos para seguir evitando el conflicto.
Somos llamados a resolver estos conflictos, si existieran, perdonándonos como Cristo nos perdonó (Col 3.13), quien estando en la cruz, recibiendo la burla y el oprobio en medio de sus sentimientos, dijo: Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen (Luc 23.34).
El apóstol Pablo nos da un ejemplo de su amor y humildad cuando perdona a un hermano que lo ofendió en la iglesia de Corinto (2 Co 2.5-11). Es hermoso ver la madurez del apóstol cuando pide que tal persona, que fue reprendida por toda la congregación, sea consolada para que no sea consumida de mucha tristeza.
A veces el legalismo no nos permite ver que la iglesia es para restaurar a los hermanos que caen en pecado más que para juzgarlos y condenarlos. El deber de perdonar contribuye a la práctica del amor y la madurez espiritual entre los miembros de la iglesia.
Finalmente, el apóstol Pedro nos llama soportarnos y perdonarnos sin tener actitudes vengativas, apelando al llamado hecho por Dios para nosotros en el sentido de que fuimos escogidos para heredar las bendiciones de Dios, y que tales cosas son secundarias, y no vale la pena traer a colación ( 1 Ped 3.8-9).
El deber de perdonar llama al ejercicio del perdón a los enemigos
El deber de perdonar no solo debe ser una práctica de vida ante Dios, cuando oramos; ante el prójimo o en la iglesia, sino también debemos practicar el perdón hacia nuestros enemigos. El deber de perdonar produce en nuestro espíritu una experiencia liberadora cunado nos liberamos de la carga y oprobio que nos producen los deseos de venganza por las acciones injustas que alguien habría cometido contra nosotros.
Somos llamados a no alegrarnos del mal de nuestro enemigo (Pro 24.17). Aunque no sea nuestra intención, ayudar a nuestro enemigo en tiempos de necesidad, implica varias cosas: la Biblia dice que amontonaremos brasas sobre su cabeza (Pro 25.21-22), en otras palabras, haremos que su cara arda de vergüenza, porque el mal que nos ha hecho intencionadamente, es respondido con nuestro acto de bondad y justicia.
Contamos la historia de un compañero de trabajo, que fue contratado por el jefe del departamento para que despidiera del trabajo a su asistente. Este contratado, le hacía la vida imposible al asistente y le mal ponía con los demás, dejándolo en evidencia ante el jefe del departamento.
Y este asistente, solo ayudaba al compañero que habían contratado para despedirle. Hasta que el contratado, no lo pudo soportar más, le hirvió la cara de vergüenza y pidió perdón al asistente del jefe por su actitud. El Señor Jesucristo nos llama a amar a nuestros enemigos, para que seamos perfectos, como nuestro Padre Celestial es perfecto. (Mat. 5.44).
Amados hermanos, el deber de perdonar nos llama tener una actitud misericordiosa con nuestro semejantes, partiendo de que todos nuestros pecados han sido perdonados en la obra de nuestro Señor Jesucristo.
El deber de perdonar nos convierte en personas libres de obstáculos emocionales y espirituales, para crecer en madurez hacia la imagen de nuestro Señor Jesucristo, a un varón perfecto, teniendo como modelos al mismísimo Señor, y practicar el amor a través de las relaciones armoniosas y tolerantes entre nosotros y Dios, nosotros y nuestro prójimos, nosotros y nuestra iglesia, y aún entre nosotros y nuestro enemigos.
Nuestra paz nace dentro de nosotros mismos, y nosotros mismos somos llamados a mantenerla tanto en lo interno, con uno mismo, como en lo externo, delante de nuestro prójimo, llevando como consigna y estilo de vida, el deber de perdonar.
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