El verdadero discípulo - Siguiendo a Jesucristo

El verdadero Discípulo de Cristo es aquel que se aparta del mundo para vivir una vida nueva dirigida por el Espíritu Santo, donde se deja la vieja vida, las viejas costumbres para comenzar una transformación de adentro hacia afuera. Este proceso comienzo una vez que decidimos de corazón aceptar y recibir a Nuestro Señor Jesucristo como el único y verdadero Dios.

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Cuando hacemos la declaración de fe, estamos diciendo que morimos para el mundo para ahora vivir para Cristo, así que las cargas que tenemos se las entregamos para que él aligere nuestras cargas, nos dé fortaleza, nos consuele y sane las heridas de nuestro corazón.

Sin embargo para ser un discípulo verdadero de Cristo debemos dejar muchas cosas y comenzar a cambiar nuestra forma de pensar, de sentir porque ciertamente ya el Espíritu Santo comienza a tratar con nosotros.

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    El verdadero discípulo de Cristo – Qué lo caracteriza

    Para saber si somos realmente discípulos de Jesús debemos atender a la siguiente palabra: “Entonces Jesús decía a los judíos que habían creído en El: Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos;” (Juan 8:31)

    En esta cita, Jesús le hablaba a sus discípulos y les explicaba que si se mantienen firmes en sus palabras, serán llamados discípulos. Pero él no solo les enseñaba intelectualmente lo que significaba ser un verdadero discípulo sino que le mostraba a través de sus manifestaciones que él era el Hijo de Dios y que venía a buscar lo que se había perdido.

    Por otro lado, el verdadero discípulo no solo debía saber que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, sino que también deben reconocer sus pecados y declararlos delante del Padre, para hallar misericordia.

    Así que solo cuando reconocemos nuestros pecados, estaremos mostrando nuestra esperanza en Cristo, quien no nos guiará al reino de Dios, si no como el salvador que vino a este mundo a librarnos del pecado, de Satanás y de la muerte eterna.

    De esta manera, el verdadero discípulo empieza reconociendo su condición de pecador y de esclavo, por lo cual necesita un salvador que los libere de todas sus ataduras.

    Nuestra fe comienza al reconocer esta necesidad, y si somos discípulos de Cristo de verdad, podemos reconocer esa verdad y ser libres. Por el contrario, quien no es de Cristo, esclavo es y vive engañado y cegado.

    Una vez que reconocemos nuestra permanencia en la palabra, no importa el nivel de tu pecado porque eres salvo en la medida en que lo reconoces y crees firmemente en Jesús y en su palabra.

    Así que como verdaderos discípulos no debemos desenfocarnos, debemos tener la mirada puesta en Dios y en sus maravillas, en todo lo que puede hacer si creemos de corazón. En los evangelios encontramos las demandas y promesas de nuestro Señor y debemos atesorarlo como nuestra única esperanza.

    Siguiendo el ejemplo de Cristo Jesús

    Cuando tienes a Cristo en tu corazón y te llenas de su palabra tu vida será llena de su gracia y su favor porque has puesto tu confianza en él. Dentro de los evangelios encontramos la vida, obra, muerte y resurrección de Jesucristo. Y de él hemos aprendido que Jesús constituye la escalera al cielo donde descienden las bendiciones de Dios para su pueblo.

    El verdadero discípulo
    El verdadero discípulo

    También representa nuestro Tabernáculo, es el hijo del hombre que descendió del cielo para ser levantado en una cruz debido a la rebelión de los hombres de forma que todo aquel que en él crea no se pierda más tenga vida eterna.

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    De igual forma, Jesús es el hijo de Dios que vino para salvar a la humanidad de las ataduras del pecado. Es el unigénito del Padre que vino darnos vida y vida en abundancia, vino a saciar nuestra sed de justicia.

    Como discípulo de Cristo debo conocerlo, sabes que su venida a este mundo no fue en vano porque a través de nuestro arrepentimiento y entrega podemos obtener vida eterna.

    Jesucristo vino a este mundo para revelarnos la verdad, para manifestar su poder y su gloria delante de la humanidad. Vino a dar luz en medio de las tinieblas porque él es la luz del mundo, tal como lo señala su palabra: “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12)

    En este mismo orden de ideas, el verdadero discípulo cree por el evangelio y permanece por él, ya que las palabras de Cristo son Espíritu y son Vida para él. Cuando se hace referencia a la palabra “permanecer” debemos revisar el evangelio de Juan 15:4-6, la cual nos señala lo siguiente:

     “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden.” (Juan 15.4–6).

    De este modo, cuando se menciona el término “Permanecer” hace referencia a “permanecer en él” a descansar en su presencia y poner nuestra confianza solo en él como nuestro único y verdadero salvador, reconociendo nuestras debilidades y pecados delante de él para así liberarnos de las cadenas de la esclavitud.

     Jesucristo nos enseña luego en el evangelio de Juan 15:7-11 lo que se refiere a “permanecer en él” y que su palabra permanezca en nosotros siempre: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.” (Juan 15.7–11)

    En esta hermosa cita Jesucristo nos regala esta promesa en la cual nuestras peticiones serán escuchadas en la medida en que permanecemos en su palabra y confiamos en su poder y creemos en su Poder para darnos vida y vida en abundancia.

    Sin embargo, “Permanecer en su palabra” requiere obediencia, así que no se trata solo de acceder al evangelio, sino que se trata de seguir las demandas de éste, tomar nuestra cruz y seguirlo, tal como lo señala su palabra:

    “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16: 24-25)

    Así que todo discípulo comprometido con la obra del Señor, reconoce que debe tomar su cruz, debe abandonar todas las cosas del mundo que lo tenían atados y entregarse a la obra y servicio del Padre porque reconoce que Cristo es su camino, su verdad y su vida: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…” (Juan 14:6)

    En este sentido, el verdadero discípulo es aquel que no solo cree que Jesús es el salvador sino es aquel que está dispuesto a hacer sacrificios para recibir todo el poder de Cristo en su vida y manifestarlos en la tierra a través de milagros y prodigios, ya que estamos llamados a hacer cosas más grandes que las que él hizo. Tal como lo anuncia su palabra: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que éstas hará; porque yo voy al Padre” (Juan 14:12)

    De esta manera, el llamado que tiene todo discípulo de Cristo es un llamado a la permanencia y esto lo señala en el sermón del monte:  “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 7:21)

    Asimismo, cuando se nos llama discípulo de Cristo, debemos reconocer en nuestra vida que hemos sido adoptados por él y recogidos del lodo donde nos encontrábamos. Fuimos adoptados en su familia y revelaremos el carácter del Padre en nuestra vida: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre.” (Mateo 12.50)

    Así que debido al carácter del Padre Celestial, el verdadero discípulo de Cristo será perseguido como Cristo lo fue, pero su fe va a permanecer hasta el fin: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.” (Mateo 10.22)

    Pero debemos comprender que no somos salvos por perseverar o por ser discípulos de Cristo y ser perseguidos, sino porque Dios actúa regenerando nuestro corazón en el momento en que lo recibimos y creemos que es nuestro único y verdadero Señor, y por eso debemos permanecer firmes hasta el final:

     “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5.4–5)

    ​Por esta razón para ser verdaderos discípulos de Dios debemos permanecer en la palabra de Cristo hasta el fin y para poder hacerlo debemos tener la disposición de cambiar nuestra vida por completo. También debemos fortalecernos en la fe y mantener una comunión con el Padre diariamente, ya que esto nos ayudará a permanecer en sus caminos y no resbalar ante cualquier adversidad que se nos pueda presentar.

     Como se expuso anteriormente, sin duda alguna seremos cuestionados, perseguidos y señalados en todo momento, ya que como hijos de Dios tendremos pruebas que superar, en la cual nuestra fe será probada.

    Jesucristo necesita moldearnos a su imagen y semejanza para que nuestro carácter sea formado conforme a la voluntad de Dios, la cual es perfecta y la cual debemos tener siempre presente, ya que nada podemos hacer si tener la dirección de Dios en nuestra vida.

    Por lo cual debemos dejarnos guiar y dejar nuestra voluntad y propios deseos a un lado y descansar en su presencia, reconociendo nuestra debilidad ante el Gran Poderoso, a Jehová de los ejércitos.

    En este sentido, ser discípulo de Cristo requiere valentía, firmeza, templanza que corresponde al fruto del Espíritu de Dios que debe verse manifestado en nuestra vida en todo momento, no solo en la iglesia sino en nuestro diario vivir poniendo en evidencia del Poder de Dios en nuestra vida, teniendo una vida con un testimonio agradable a los ojos de nuestro Señor Jesucristo.

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