La valentía de los hijos de Dios según la palabra
La valentía de los hijos de Dios radica en la certeza del poder que adquirimos a través de Nuestro Señor Jesucristo, ya que en la palabra se nos demanda a ser valientes en todo momento y a esforzarnos: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:9)
La valentía de los hijos de Dios a la luz de su palabra
En la actualidad podemos observar un mundo totalmente carente de humanidad, donde prevalece la mentira, el engaño, la malicia, entre muchas cosas. Pero es que hemos sido puestos aquí en esta tierra con el propósito de servir al Señor, como ovejas de un redil: "Mirad que Yo os envío como ovejas en medio de los lobos" (Mateo16:16)
Sin embargo como ovejas necesitamos de un pastor y ese es Jesucristo, quien nos mostró a través de sus enseñanzas en los diferentes evangelios a estar preparados ante la adversidad.
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Incluso Jesús al ser procesado subió al Getsemaní a orar antes de ser arrestado porque sabía que le tocaría ser valiente y para ello necesitaba la cobertura del Padre Celestial, la cual se logra mediante la oración:
“Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle” (Lucas 22:41-42 )
En esta cita podemos ver cómo Jesús buscó refugio en Dios ante la adversidad que se avecinaba, y a través de la oración obtuvo la fortaleza que necesitaba para enfrentar esta gran prueba, donde sería inmolado por cada uno de nuestros pecados, aún sin merecerlo.
Cuando Jesús oró halló al Padre y fue fortalecido, pero sus discípulos no obedecieron y se quedaron dormidos, por lo cual Jesús los exhortó porque debían estar listos para la prueba y necesitaban estar fortalecidos.
De allí radica la importancia de la oración y la obediencia. Luego Pedro fue tentado y se dejó llevar por la ira e hirió a uno de los que lo arrestaban. Es decir, no estaba preparado para lo que venía, y por eso negó a Jesús tres veces porque se sentía temeroso, débil y confundido, aún cuando Jesús les advirtió y les profetizaba lo que pasaría.
Ser valientes es un mandato del Señor
El hecho de haber conocido al Señor no es algo casual, ya que él tiene el control de todas las cosas y tiene un propósito con cada uno de sus hijos. Por lo cual estamos llamados a ser valientes y permanecer sobre la roca porque es un mandato de Dios, y él conoce nuestro corazón. De este modo, estamos llamados a formar parte de su pueblo, de su iglesia, de su cuerpo.
Para hacer este llamado, Dios no toma en cuenta la apariencia, ni los estudios, ni los bienes materiales que posea. Lo que Dios ve en nosotros es nuestro corazón, nuestra disposición para servirle no por obligación sino por compromiso y amor.
De esta manera Dios está buscando a una iglesia realmente comprometida, a miembros que tengan un espíritu de servicio y amor pleno hacia el Señor. Es decir, una iglesia apartada para honrar y glorificar el nombre de Jehová.
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Sin embargo, es importante resaltar que no hemos obtenido la salvación por nuestras obras, ya que el precio de la salvación es tan grande que no se puede pagar. Es algo inmerecido que Jesucristo nos regaló por amor a la humanidad.
No se trata solo de ser salvos de forma individual, sino que hemos sido llamados a ser valientes y a enfrentar las adversidades. Estamos llamados para hacer su obra aquí en la tierra, para ofrecer nuestro servicio, a ser instrumentos de bendición para santificar su nombre, para dar buen testimonio como hijos de Dios.
Por otro lado, Dios nos manda a que seamos santos como Él es santo y que nos entreguemos totalmente al Señor. De esta manera, solo en santidad es que él nos puede usar y puede manifestar sus maravillas en nosotros, donde podemos ver prodigios, liberaciones, sanaciones, restauraciones.
Josué: Llamado a ser valiente
El mandato que el Señor le dio a Josué es aplicable a nuestra vida, y es que luchemos, nos esforcemos y seamos valientes. Pero lo más relevante en estas palabras es que son ordenanzas de nuestro Padre. No se trata de ordenanzas ni doctrinas de hombres, se trata de lo que nos enseñan las Sagradas Escrituras, donde está manifestada la voluntad de nuestro Señor.
Josué sabía que la misión que tenía que cumplir era humanamente imposible, ya que los espías que él mandó habían visto las riquezas de la tierra, las ciudades fortificadas y un pueblo fuerte y numeroso. Tal como se observa en la palabra: “Josué hijo de Nun envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: Andad, reconoced la tierra, y a Jericó”
Así que ellos observaron el panorama con su mente natural que sería imposible enfrentarlos. Pero Josué y Caleb no estaban viendo con su mente natural, sino que vieron la promesa del Señor para su pueblo.
Ahora Josué es el que recibe el mandato de Dios, ya como líder del pueblo en vez de Moisés, para entrar en la tierra prometida y derrotar a las naciones poderosas en este lugar, tal como se visualiza en este pasaje:
“Sucedió después de la muerte de Moisés, siervo del Señor, que el Señor habló a Josué, hijo de Nun, y ayudante[a] de Moisés, diciendo: 2 Mi siervo Moisés ha muerto; ahora pues, levántate, cruza este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel. 3 Todo lugar que pise la planta de vuestro pie os he dado, tal como dije a Moisés” (Josué 1: 1-3)
Ante este mandato del Señor, Josué tenía claro que si confiaba en sus propias fuerzas, en las capacidades del pueblo para la batalla estarían perdidos. Pero cuando Josué recibió este mandato de parte del Señor, él sabía que Dios no lo dejaría solos.
De esta manera, Josué podía ver con su mente espiritual, a pesar de que no hayan entrado en la tierra todavía, la victoria les había sido dada ya. Dios es conocedor de todas las cosas y en la mente del Señor, el pueblo ya era dueño total de la tierra, incluso ya eran poseedores desde que el Señor se la prometió a Abraham muchos años atrás. Pero la obediencia debe ser solo a Dios, y él le encomendó a Josué a que no se alejara de su palabra, de sus mandamientos, sino que los cumpla y obedezca. Asimismo Dios manda a sus hijos a que sean obedientes y no se aparten de su palabra.
En este sentido la valentía de los hijos de Dios se refiere a la certeza de que somos más que vencedores en Cristo Jesús, y que a pesar de nuestras debilidades podemos fortalecernos cada día mediante el Espíritu Santo, tal como lo indica la palabra de Dios: “Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10)
De esta manera en nuestra debilidad somos fuertes en Cristo Jesús. Pero esta fortaleza no es por nuestra voluntad propia sino por el poder de Dios en nosotros. Si el Señor nos encomienda a una misión en específico, él nos otorga las herramientas necesarias para vencer.
Así que en la palabra podemos encontrar la armadura que debemos usar a la hora de enfrentar situaciones difíciles, cuando tenemos un propósito firme en la obra del Señor. Ciertamente cuando se quiere hacer la voluntad del Señor y ponernos al servicio del Señor, el enemigo pondrá obstáculos que nos pueden debilitar pero sabiendo nuestras armas, que no son carnales, podemos vencer, tal como lo resalta la palabra:
“Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales. Por lo tanto, pónganse toda la armadura de Dios, para que cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza. Manténganse firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, protegidos por la coraza de justicia, y calzados con la disposición de proclamar el evangelio de la paz. Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno. Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:12-17)
En este mismo orden de ideas, una vez que aceptamos a Cristo como nuestro único y Señor, la sangre de Cristo nos redime de todos nuestros pecados y somos purificados:“¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”. (Hebreos 9:14) De tal modo que estamos resguardados de todo peligro y cuando tenemos la certeza de su poder somos fuertes y valientes en Cristo Jesús.
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