Las dos naturalezas del cristiano según la biblia
Las dos naturalezas del cristiano según la biblia hace referencia a la naturaleza del pecado y de la nueva naturaleza donde una persona acepta y recibe por fe a Jesucristo. Desde el principio con el pecado de Adán, nosotros fuimos apartados de Dios, y esa es la naturaleza de nuestra carne.
Por el contrario la naturaleza de Cristo es aquella que nos da la salvación porque ya no pertenecemos a la familia de Adán, ahora somos de Cristo.
Las dos naturalezas del cristiano según la biblia
La naturaleza de pecado se puede observar en la experiencia práctica como algo dentro de nuestra naturaleza humana. Al respecto el salmista escribió: "Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre." (Salmo 51: 5).
En esta cita se hace alusión a lo que se conoce como el pecado original y requiere una transformación en nuestras vidas que tiene lugar mediante Jesucristo, tal como lo señalan las escrituras:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16)
En este sentido y durante nuestra vida en este mundo como cristianos, debemos seguir atravesando por conflictos y pasando diferentes obstáculos. Sin embargo, esto no nos debe apartar o alejar del propósito que el Señor tiene para cada uno de sus hijos.
Recordemos que ahora estamos dentro de la naturaleza de la vida, de la fe en Cristo Jesús y nadie nos puede apartar de su amor. El apóstol Pablo fue uno de los cristianos más reverentes de la iglesia primitiva. Pero incluso él escribió lo siguiente:
“Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí." (Romanos 7: 18-20).
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En esta cita se puede apreciar que Pablo reconoció de forma clara que el cristiano seguirá batallando con la naturaleza humana pecadora como creyente. Pero además afirmó que los cristianos tienen la capacidad de vencer en esta lucha con esa naturaleza carnal. Esto se señala en las Sagradas Escrituras:
"Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir." (1 Corintios 10:13).
De esta forma, que estaremos siempre luchando con las tentaciones pecaminosas y carnales, pero no debemos rendirnos ni desesperarnos, ya que todas estas pruebas que Dios nos pone en el camino están respaldadas con su presencia y con su poder.
Debemos acercarnos a Dios y luchar contra el pecado con las armas que nos da la palabra, pero estas herramientas no son carnales sino que son espirituales porque esta lucha es netamente espiritual. Tal como lo señala la palabra de Dios:
“Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Efesios 6:12)
En este sentido, como cristianos tendremos muchas luchas que enfrentar y debemos tener las armas correctas para poder vencer en medio de las adversidades. Debemos estar enfocados en Cristo que es nuestra roca y si estamos sobre ésta, nada nos puede mover ni desviar del camino de luz en el que estamos.
En la palabra de Dios podemos encontrar claramente la armadura que debemos portar, la cual nos resguardará de la mano del opresor:
“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:13-18)
Todo cristiano debe tener esta armadura presente en su vida y usarla para derribar fortalezas, derrotar principados y huestes de maldad que quieres desarmar el plan que Dios tiene para ti.
Así que la lucha que tienes día a día es espiritual y alcanzarás la victoria en la medida en que te refugies en el Señor y uses las armas que él te ha dejado en la palabra y que te servirán además para glorificar el nombre del Señor.
Etapas que debe pasar el cristiano para sobrellevar su naturaleza carnal y pecaminosa
Cuando una persona llega a conocer al Señor Jesús y lo acepta y recibe como nuestro Salvador, empieza a sentir el gozo de su presencia. Sin embargo, se da cuenta de que el pecado lo rodea, lo tienta y está presente en su vida porque estamos en este mundo y debemos convivir en él.
Incluso podemos llegar a pensar que en cualquier momento podemos perder la salvación. Pero debemos comprender que constantemente tenemos que luchar contra nuestro enemigo que es Satanás.
Sin embargo no se trata de tener contiendas con los demás porque nuestro enemigo no son las personas sino el enemigo que los usa para destruir el plan perfecto que el Señor tiene con cada uno de sus hijos.
Por otro lado, se debe resaltar que el hecho de haber sido convertidos en Cristo Jesús, no significa que la naturaleza carnal o pecaminosa que tenemos haya sido eliminada o mejorada.
Por su parte, tenemos una naturaleza divina, que no puede pecar, y mediante la cual podemos caminar en santidad, amar según el Señor y disfrutar de nuestra relación como hijos con Dios. Para obtener esta naturaleza se deben pasar por las siguientes etapas:
1.- Descubrir las dos naturalezas
El señor nos quiere enseñar que el mal que hacemos es producto de nuestra naturaleza carnal y pecaminosa que siempre está presente en nosotros.
Así que cuando creemos en el Señor Jesús, obtenemos una nueva naturaleza, sin pecado, pero aún guardamos la naturaleza vieja y pecaminosa que recibimos cuando nacemos en este mundo.
En la palabra no se menciona que esta naturaleza sea quitada de nuestra vida. Sin embargo, mediante Jesucristo somos limpiados y purificados, pero aún así seguimos luchando para no caer en las tentaciones que nos pone Satanás.
Por eso necesitamos tener la armadura de Cristo, la cual nos resguarda de los ataques del enemigo y nos permite hacer la voluntad del Señor.
La nueva naturaleza en Cristo Jesús es una “naturaleza divina” y tiene relación con el nuevo nacimiento que Dios nos muestra en su palabra: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6)
En este sentido, estas dos naturalezas son diferentes porque una se refiere a la naturaleza obtenida desde el pecado de Adán y la otra naturaleza divina proviene de Cristo. Entonces encontramos dos naturalezas, la que nace de la carne y aquella que nace del Espíritu.
En este sentido, existe el principio maligno que tiene poder sobre la vieja naturaleza, y el pecado se refiere a la acción, a las palabras y pensamientos malignos provenientes de esa naturaleza corrompida.
3.- Ser cuidados por el Señor
La lucha interior que debemos enfrentar día a día puede resultar un poco desalentadora, pero si profundizamos un poco más el propósito de Dios, entendemos que todas las cosas ayudan para bien a sus hijos, y que él no nos va a mandar una prueba que no podamos soportar.
El Señor tiene cuidado de cada uno de sus hijos, por eso debemos ponerle todo en sus manos y poner toda nuestra confianza en su poder, en su amor y misericordia.
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A partir del día que recibimos su presencia en nuestra vida y lo aceptamos como nuestro único y verdadero Salvador, somos su propiedad, lo hacemos nuestro dueño, nuestro Padre. Así que ya no estamos solos, ahora él nos garantiza su amor y misericordia.
Además no solo lo tenemos en nuestra vida aquí en la tierra, sino que lo tenemos en el cielo como nuestro Gran sumo sacerdote que intercede por nosotros y puede salvar totalmente a los que se acercan al Señor por medio de Cristo, tal como lo podemos ver en la palabra:
“por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25)
Por otro lado Nuestro Señor Jesucristo en el momento en el que nos toma en su regazo nos cuida, nos protege de todo mal pero a veces permite que pasamos por ciertos procesos y pruebas pero es con el fin de ser moldeados a su imagen y semejanza.
Sin embargo nunca nos deja solos y actúa como nuestro abogado y nos defiende, él nos justifica mediante su pacto divino: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1)
Por esta razón debemos permanecer siempre en el Señor y confiar en su palabra, ya que él está presente en nuestra vida para fortalecernos, ayudarnos, sostenernos en medio de las adversidades y de nuestras luchas internas.
4.- Crucificar nuestra naturaleza pecaminosa
En el momento en el que aceptamos a Jesucristo y lo recibimos, dejamos a tras nuestra vieja vida, nuestra naturaleza pecaminosa y carnal y la crucificamos, ya que ese viejo hombre fue juzgado y condenado en la muerte de Cristo por cada uno de nosotros. Tal como lo afirma la palabra:
“Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” Romanos 6: 5-6)
Esta cita nos muestra que lo que éramos antes de conocer a Cristo, fue crucificado en la cruz del calvario. De modo que nuestro viejo hombre ya fue juzgado y condenado en la muerte de Cristo, quien estuvo en esa cruz por cada uno de nosotros, y es por la fe que aceptamos esta condenación, dejando de lado las cosas pasadas y recibiendo todas las cosas nuevas.
En este sentido, ahora estamos estrechamente ligados con Cristo glorificado y resucitado, y ésta representa nuestra nueva posición delante de la presencia de Dios, porque él ha eliminado con nuestro viejo hombre y ya no nos considera en esta naturaleza carnal sino en la vida de resurrección de Jesucristo.
Tal como lo señala la palabra: “habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo” (Colosenses 3:9-10). El Señor nos observa en el nuevo hombre y nuestra fe en esta verdad nos ayudará a poder tener control acerca del pecado que sigue morando en nosotros, para que no seamos tentados y pequemos.
No se trata de eliminar la naturaleza pecaminosa que está en nosotros, solo debemos aceptar que el Señor la ha condenado en la cruz del calvario. Así que tener conciencia de ello nos ayudará a terminar con la vieja naturaleza, y a dejar de que ella nos controle.
5.- Dejar morir al pecado y vivir para Cristo
Cuando aceptamos a Cristo en nuestro corazón y lo reconocemos como nuestro único y verdadero Dios, y que nuestro viejo hombre ha muerto, es el primer paso en este camino angosto que hemos decidido recorrer.
De esta forma, la carne que el Señor ya ha condenado, no posee ningún derecho legítimo sobre nosotros, ya que no tenemos deuda con la carne, tal como lo expresa la palabra:
“Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:12)
La naturaleza pecaminosa y carnal está presente en nosotros pero cuando aceptamos a Cristo, hemos dejado atrás al viejo hombre y hemos desechado todos los deseos de la carne porque hemos muerto para el mundo y ahora vivimos en Cristo Jesús.
6.- Darle entrada al poder en el Espíritu Santo
El Espíritu Santo mora en nosotros cuando decidimos aceptar a Jesucristo en nuestro corazón, y éste mantiene muerta la vieja naturaleza, él mora ahora en nosotros y nos dará la fortaleza para hacerlo. Tal como lo expresa la palabra:
“para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu” (Efesios 3:16).
Así que el Espíritu Santo en nosotros los creyentes es nuestro ayudador, ya que controla nuestra naturaleza carnal y nos mantiene en santidad mediante la comunión que mantenemos con nuestro Señor.
7.- Confesión y juicio de sí mismo
Nosotros cometemos pecados porque la naturaleza vieja siempre busca revelarse. En un árbol injertado, por ejemplo, podemos ver, siempre pueden nacer ramas del tronco por debajo del injerto, así que si dejamos que se desarrollen, siempre producirán malos frutos, y desviarán la savia en menoscabo de las ramas injertadas. Por esta razón hay que cortarlas cuando aparezcan.
Pero si estas ramas crecen, es porque nos hemos dejado llevar por la carne y no la hemos considerada muerte. Hay que resaltar que el pensamiento antecede a la acción.
Así que debemos juzgar en nosotros cada cosa mala que hagamos, porque la única forma de recuperar el gozo de nuestros vínculos con Dios es reconocer nuestras propias fallas y ponerlas delante del Señor para que él nos limpie y nos aparte de todo pecado. Tal como nos exhorta la palabra:
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
En este sentido, a través de la confesión, estamos juzgando nuestros pecados, estamos mostrando y revelando nuestras debilidades, nuestros errores y al hacer esto estamos mostrando humildad y la disposición de mejorar cada día.
Además cuando exponemos nuestra naturaleza carnal, lo hacemos para dejarla morir en el nombre de Jesucristo. Resulta fundamental en la vida de un cristiano tener una conciencia sin reproche ante el Señor y ante los hombres.
La lectura de la Palabra de Dios es de suma importante porque su luz nos ilumina, revela nuestros errores y nos hace sentir la necesidad de confesarlas, tal como lo indica estos pasajes:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos”, “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama», «El que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14:15, 21, 23).
En esta cita Dios nos enseña claramente que el amor hacia Dios se demuestra con acción, obedeciendo su palabra y desechando la vieja naturaleza que nos ata a este mundo.
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