Qué significa tener un problema de santidad a la luz de la biblia

Un problema de santidad conlleva a un problema en la comunión con nuestro Padre Celestial, ya que su palabra demanda de que debemos ser obedientes y vivir en santidad conforme al propósito que Dios tiene para cada uno de sus hijos.

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Al respecto la palabra nos exhorta de la siguiente manera: “Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Asegúrense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos” (Hebreos 12:14-15)

En esta cita el Señor nos demanda a vivir en santidad para poder ver al Señor, para poder entrar al reino de los cielos y hallar misericordia delante de sus ojos. Por lo cual no debemos dejar que la amargura nos contamine y corrompa nuestra alma porque somos hijos de Dios y debemos ser dignos de recibirlo en nuestra vida.

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    Un problema de santidad afecta nuestra vida como creyentes

    De acuerdo al diccionario bíblico la palabra “santidad” se refiere a la excelencia moral del Señor que unifica sus atributos y se manifiesta mediante sus acciones. De esta manera la santidad conlleva al accionar, a la manera en la que nos desenvolvemos en los diferentes ámbitos.

    La palabra hebrea “Santo” en el Antiguo Testamento es “qadosh” que significa “distinguido o apartado”, en el Nuevo Testamento este término denota “hagiazo” y “hagios” que significa relación entre el Señor y una persona o cosa.

    Nuestra creencia está fundamentada en la Palabra y una de las cosas que demanda es la santidad en nuestra vida, ya que sin ésta no podremos ver a Nuestro Padre y todo lo que hagamos entonces será en vano porque no estamos siendo obedientes a lo que demanda las Sagradas Escrituras.

    La biblia nos señala que el Señor nos hace un llamado de santidad, ya que él desea que sus hijos puedan vivir consagrados a él en todo momento, santos y puros conforme a la imagen y semejanza de Cristo. Tal como lo señala la palabra:

    “Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16)

    De esta forma aunque vivimos en un mundo hostil lleno de adversidades y de constantes ataques del enemigo, debemos estar firmes sobre nuestra roca y hacer todo para Cristo, teniendo presente que debemos obrar para bien en todo momento, siendo testimonio de lo que ha hecho el Espíritu Santo en nosotros.

    Como creyentes somos los primeros en probar que a pesar de las circunstancias Nuestro Padre no nos desampara y nos mantiene en santidad en medio de tantas tentaciones y pruebas.

    Debemos reconocer que Cristo dio su vida para salvarnos, perdonarnos y justificarnos. Pero él demanda santidad, así como él es santo, nosotros también debemos ser santos y puros.

    Su diestra nos ayuda y nos sostiene en medio de la prueba, y esta promesa debemos guardarla en nuestro corazón como un tesoro: “Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo” (2 Timoteo 1:9)

    Hay que resaltar que los hijos de Dios ya son santos debido  a su relación con él porque en el momento en el que aceptaron a Jesús como su Señor y Salvador, donde nuestra vida pasada quedó atrás y ahora hemos sido santificados por medio de la sangre preciosa del cordero. Y esta es la identidad que debemos tener como hijos de Dios.

    La santidad de los hijos de Dios se ve reflejada en la vida que vives, en el carácter, en las acciones y en las palabras. De esta manera, vivir una vida santa es vivir la vida como Dios desea, y para lograrlo, se debe tener una íntima relación con su Padre Celestial, en la cual se revele el propósito que él tiene en nuestra vida y a qué hemos sido llamados.

    un problema de santidad
    un problema de santidad

    Un verdadero hijo de Dios coloca en primer lugar a Dios y procura mantener la santidad en todo momento, apartándose para el mundo y viviendo para Cristo. Esto suena fácil, sin embargo tenemos que saber que seremos tentados, perseguidos y muchas veces seremos derribados, pero no derrotados. Tal como lo asevera la palabra:

    "Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; 9 perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; 10 llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos" (2 Corintios 4:8-10)

    En este sentido, vivir en santidad implica pagar un precio, en donde seremos probados con fuego, y tendremos que pasar por desiertos para luego ser transformados de adentro hacia a afuera: “Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad” (Romanos 6:19-22)

    Vivir en santidad es amar a Dios sobre todas las cosas, porque en la medida en que lo amamos, en esa medida vamos a ser obedientes porque sabemos que el principio más importante es el temor de Dios: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Proverbios 1:7)

    Cuando amamos a Dios con todo nuestro corazón, él comienza a transformarnos, redargüirnos, confrontarnos, contristarnos, y todo esto es con la finalidad de formar nuestro carácter, en el cual tenemos la certeza de quiénes somos en Cristo Jesús y cuál es nuestro propósito en este mundo.

    Cuáles son las áreas de nuestra vida que debemos cuidar para vivir en santidad

    En el momento en que somos adoptados por Dios mediante su sangre preciosa, recibimos la santidad y somos purificados. Cuando el Espíritu Santo comienza a morar en nosotros, nuestra vida comienza a ser transformada y de esta forma somos liberados de todas las ataduras que nos tenían cautivos. Sin embargo para mantener esta santidad adquirida por medio de Cristo y su sacrificio, debemos cumplir la palabra de Dios y ser obedientes, y cuidar las siguientes áreas de nuestra vida:

    1.- Nuestra relación con los demás

    Cuando vivimos para Cristo, morimos para el mundo. Sin embargo el segundo mandamiento más importante consiste en amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y esto implica sentir compasión por los demás.

    No podemos aislarnos totalmente del mundo y buscar solamente nuestra salvación porque ciertamente la salvación es individual. Tenemos que saber que estamos llamados a proclamar el evangelio a toda criatura, a predicar la palabra y rescatar las almas.

    Por esta razón es importante que cuidemos nuestras relaciones con los demás, ya que como hijos de Dios somos luz en medio de las tinieblas y debemos ser testimonio del Rey de Reyes y Señor de Señores.

    En este sentido, el amor hacia nuestro prójimo es reflejar que tenemos a Cristo en nuestro corazón, que hemos alcanzado la estatura de nuestro Señor y que nos hemos mantenido en santidad a pesar de vivir en medio de un mundo hostil. Al respecto la palabra nos señala lo siguiente:

    “Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más unos a otros, y a todos, tal como nosotros los amamos a ustedes. Que los fortalezca interiormente para que, cuando nuestro Señor Jesús venga con todos sus santos, la santidad de ustedes sea intachable delante de nuestro Dios y Padre” (1 Tesalonicenses 3:12-13)

    2.- La pureza del cuerpo, el alma y espíritu

    Cuando se habla de santidad tenemos que entender que somos un cuerpo tripartito compuesto de cuerpo, alma y espíritu, por lo cual debemos cuidar todo lo que constituye nuestro ser y procurar no contaminarnos. Esto lo podemos ver en el siguiente pasaje:

    “Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación” (2 Corintios 7:1)

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    No se trata de enfocarnos en el espíritu y olvidar que también somos cuerpo y alma. El espíritu de Dios permanece en nosotros, en nuestro cuerpo y por eso debemos cuidarlo de roda contaminación, huyendo de toda fornicación, adulterio, porque Dios habita en nosotros y si atentamos contra nuestro cuerpo, estamos atentando contra el Espíritu de Dios:

    “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruido por Dios; porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo” (1 Corintios 3:16-17)

    Esta palabra nos exhorta a cuidar nuestro cuerpo donde mora el Espíritu Santo en nosotros, y si destruimos nuestro cuerpo, Dios destruirá nuestro cuerpo porque es un templo sagrado y merece respeto.

    3.- La mente renovada

    Un problema de santidad se puede presentar cuando no cuidamos nuestra mente, ya que a través de ésta surgen las malas decisiones que tomamos, impulsados por nuestros propios deseos.

    Por esta razón debemos renovar nuestra mente y procurar que nuestros pensamientos estén cautivos a la obediencia  de Cristo. Esto se puede observar en el siguiente pasaje: “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2)

    En la actualidad estamos inmersos en un mundo lleno de tentaciones que pueden perturbar nuestra mente, por eso es necesario estar siempre bajo la cobertura de nuestro Padre Celestial mediante la oración, la lectura de la palabra y el ayuno, porque las maquinaciones del diablo no paran y nosotros debemos estar atento de lo que vemos, escuchamos y hablamos, para de esta manera resguardar y renovar nuestra mente cada día.

    4.- La proclamación del evangelio

    Todos los hijos de Dios estamos llamados a proclamar las buenas nuevas de Cristo, a dar ese mensaje de salvación y rescatar las almas de las garras del enemigo. Al respecto la palabra nos revela lo siguiente: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9)

    En este sentido debemos saber cuál es nuestra identidad y tener la firmeza y certeza de que tenemos un propósito en este mundo porque somos hijos de un Dios Todopoderoso que nos ama y demanda santidad.

    Cuando Jesús vino a este mundo, vino a buscar aquello que estaba perdido, y por eso les predicaba a todos por igual, sin hacer acepción de personas. Esto hizo que los fariseos murmuraran y lo criticaran porque siempre estaba rodeado de personas que ante la sociedad eran rechazados.

    En este sentido, proclamar el evangelio va a crear en el enemigo una sed de venganza, y por eso va a procurar entorpecer la obra de Dios aquí en la tierra, poniendo obstáculos para que no podamos llevar el mensaje de la salvación.

    Sin embargo cuando obedecemos a Dios ante cualquier circunstancia, seremos respaldados por nuestro Padre, quien nos dará las herramientas necesarias para hacerlo. Lo más importante es mantener nuestra santidad para poder sentir su presencia en nuestra vida y de esta manera poder bendecir a los demás.

    No se trata de que seamos perfectos porque perfecto es Dios, sin embargo estamos llamados a ser imagen y semejanza de Cristo, a llegar a su estatura y ser de su agrado, y una de las maneras de agradarlo es mantenernos en santidad, haciendo buenas obras en su nombre.

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