Cruzando el desierto – Qué significa a la luz de la palabra

Cuando estamos cruzando el desierto en el ámbito espiritual podemos pensar que es un ataque del adversario, que es un castigo de Dios y que no somos escuchados por el Señor. También podemos pensar que es algo injusto, que no merecemos que nos pasen esas cosas.

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Pero cuando estás en Cristo Jesús debes comprender que este desierto es necesario y representa el proceso mediante el cual Dios te está moldeando a su imagen y semejanza, para luego darte la victoria y hacer de ti una nueva criatura.

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    Cruzando el desierto – Qué significa a la luz de la palabra

    Para saber el significado del desierto en nuestra vida espiritual, tenemos que escudriñar las Sagradas Escrituras y revisar la historia del pueblo de Israel, el cual fue sacado de la esclavitud a la tierra prometida, pero antes tuvo que pasar por un desierto.

    En este sentido, el peregrinaje de Israel luego de su liberación de Egipto nos lleva a reflexionar acerca del significado del desierto, el cual no se refiere solamente a las artimañas del enemigo, al destino o a la mala suerte.

    El desierto puede ser un lugar que el Señor usa como parte de un proceso que los hijos de Dios deben atravesar para poder alcanzar la imagen y semejanza de Cristo, donde seremos moldeados y transformados en una nueva criatura.

    En este sentido, el libro del Éxodo es uno de los más relevantes de toda la Escritura porque podemos observar cómo el pueblo de Israel había sido liberado de Egipto con la esperanza de llegar al lugar prometido, donde alcanzaría la paz y la abundancia que tanto anhelaban.

    El libro del Éxodo es uno de los libros más importantes de toda la Escritura. Ahí vemos cómo el pueblo de Israel había sido liberado de Egipto con la esperanza de la tierra prometida, un lugar donde vivirían en abundancia y paz.

    Sin embargo, una vez que el pueblo cruzó de forma milagrosa el Mar Rojo y pudo ser testigo de la destrucción del ejército egipcio, lo que ve en su camino es un desierto y no la tierra prometida. Lo cual turbó el corazón de ellos, tal como lo señala la palabra: “Aquella nación que marchaba con esperanza, ahora caminaba con hambre, fatiga, y frustración al no ver señal de la tierra que fluía leche y miel” (Éxodo: 16:2-3).

    No existe nada que Dios haga sin que tenga un propósito, así que el desierto no fue un accidente, ni tampoco un descuido del Señor para el pueblo de Israel. Cuando Moisés recordó la Migración mientras enseñaba a las nuevas generaciones, él les dijo: “Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón…” (Deuteronomio 8:2)

    De esta forma, el desierto y la ausencia de recursos llevarían al pueblo de Israel hacia la luz y los llevaría a saber cuál era su nivel de compromiso con Dios, al respecto la palabra nos señala lo siguiente:

    “entonces les dije: Cada uno eche de sí las abominaciones de delante de sus ojos, y no os contaminéis con los ídolos de Egipto. Yo soy Jehová vuestro Dios. Mas ellos se rebelaron contra mí, y no quisieron obedecerme; no echó de sí cada uno las abominaciones de delante de sus ojos, ni dejaron los ídolos de Egipto; y dije que derramaría mi ira sobre ellos, para cumplir mi enojo en ellos en medio de la tierra de Egipto”  (Ezequiel 20:7-8 )

    En este sentido, el pueblo de Israel tenía que cruzar el desierto para poder limpiarse de todas las viejas costumbre y abominaciones que traían de Egipto, antes de poder llegar a la tierra prometida.

    Las personas en la actualidad tienen la necesidad de tener una íntima relación con Dios cuando están cruzando el desierto, porque lamentablemente solo cuando se está pasando por la prueba es que la mayoría de las personas buscan a Dios.

    Por esta razón, el Señor permite que pasemos por diferentes desiertos en los cuales vamos a ser procesados, porque es necesario que estemos en circunstancias adversas que nos acerquen a Dios y nos haga entender que no somos nada sin él.

    En este sentido, Dios llevó a Israel al desierto intencionalmente por un tiempo. Todo era parte de su propósito. Esto lo podemos ver en el siguiente pasaje: “El te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías… para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor” (Deuteronomio 8:3).

    Así que el desierto es un lugar de transformación, renovación, crecimiento, purificación, donde somos probados con fuego. Este desierto puede estar relacionado con una enfermedad, con escasez, pérdidas materiales o físicas, desempleo, entre otras.

    Pero una vez que hemos pasado por este desierto, alcanzaremos la victoria y seremos recompensados en gran manera. Por lo cual debemos fortalecernos en la fe y confiar en que Dios tiene el control y él tiene un propósito con cada uno de sus hijos.

    Cuál es el propósito de Dios cuando estamos cruzando el desierto

    Todo lo que Dios permite que pase en nuestra vida, tiene un propósito en nuestra vida, y por eso debemos pasar por desiertos que alguna veces no logramos entender con nuestra mente limitada y natural. Las Sagradas Escrituras nos muestran diferentes motivos por las cuales el Señor nos permite pasar por el desierto:

    1.- Para que nuestra comunión con Dios crezca

    Cada vez que una persona está cruzando el desierto, siente la necesidad de acercarse a Dios, es por eso que es necesario para poder mantener la comunión con Dios y comprender que solo su presencia en nuestra vida puede permitirnos mantenernos firmes en medio de la tempestad. Al respecto la palabra señala lo siguiente: “…Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón…” (Óseas 2:14)

    Cuando una persona vive la experiencia de cruzar el desierto, le permite a Dios que le hable de manera más perseverante y su corazón está más dispuesto a escuchar su voz.

    2.- Para formar nuestro carácter

    Una de las cosas más difíciles es perfeccionar nuestro carácter, porque éste refleja lo que somos verdaderamente, y por eso necesitamos ser moldeados a la imagen y semejanza de Cristo.

    De esta manera el Señor le da mayor importancia a lo que somos que a las osas que hacemos, porque nuestro carácter debe revelar nuestra identidad como hijos de Dios: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6)

    Cruzando el desierto
    Cruzando el desierto

    De este modo una vez que recibimos al Espíritu Santo, nuestro carácter comienza a ser transformando, y para ello es necesario pasar por el desierto. Pero cuando estemos pasando por esta prueba, aunque andemos en valles de sombra de muerte, el Señor estará con nosotros.

    Este desierto por el cual debemos pasar es temporal y nos llevará a lo eterno, a alcanzar la perfección en Cristo para darnos un lugar en el Reino de los Cielos. Esto lo podemos apreciar en el siguiente pasaje:

    “…Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos…” (Deuteronomio 8:2).

    Dios actúa de forma misteriosa y muchas veces nuestro proceso no es igual al de las demás personas porque cada hijo de Dios debe pasar por desiertos diferentes para moldear su carácter y llegar a la estatura de Cristo.

    3.- Para probar nuestra obediencia

    La obediencia es una de las maneras de acercarnos a Dios, ya que cuando seguimos sus  estatutos y disponemos nuestro corazón para dejarnos guiar por él, obtendremos la victoria.  Nuestro Señor Jesucristo afirmó claramente que nuestra conducta estaba íntimamente ligada a lo que pudiera hallarse en nuestro corazón:

    “Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”  (Mateo 7:17-18)

    En este sentido nuestros frutos tienen que ver con aquello que reflejamos en nuestro carácter, en nuestra vida en todos los ámbitos donde nos desenvolvemos. Así que estos frutos son buenos en la medida en que somos obedientes porque la obediencia nos enseña la manera como debemos vivir.

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    Así que debemos seguir el ejemplo de Jesucristo, quien cuando vino a este mundo, nos enseñó a amar a nuestro Señor por sobre todas las cosas y nos dio un segundo mandamiento que sintetiza todos los demás mandatos, y es el amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos:

    “Él le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los profetas” (Mateo 22: 36-40)

    Una de las codas que el desierto descubre es el amor que tienes en el corazón primeramente por Dios y luego con tu prójimo, ya que el amor es lo que define a un verdadero hijo de Dios, ya que el que no tiene amor, no ha conocido a Dios.

    El desierto saca a la luz lo que tenemos por dentro, ya que es ahí, en las situaciones adversas donde el Señor prueba nuestra fe y confianza, y transforma nuestro carácter, haciendo al altivo, humilde, al necio, sabio, al enfermo, sano, entre otros.

    En este orden de ideas cuando estamos cruzando el desierto, estamos sacando a la luz lo que somos, lo que tenemos en el alma y lo exponemos.

    Por eso los hijos de Dios somos probados constantemente porque debemos prepararnos para la segunda venida de Cristo, donde seremos arrebatados en las nubes: “Entonces nosotros, los que estemos vivos y que permanezcamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos con el Señor siempre”  (1 Tesalonicenses 4:17)

    En este sentido, encontramos en esta promesa una esperanza de que una vez que hayamos pasado por el desierto, obtendremos la gran bendición de estar con nuestro Señor Jesucristo para siempre.

    4.- Para revelar el amor hacia Dios

    Como se mencionó anteriormente, el amor es lo que nos une a Dios porque él es amor. Así que cuando pasamos por el desierto dejamos al descubierto lo que hay en nuestro corazón, en el cual reside nuestro amor por Dios. El Señor nos exige que le amemos con todo nuestro corazón: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5)

    Cuando nuestra relación con el Señor, solo está fundamentada en la disciplina, el formalismo y religiosidad, y deja a un lado el amor y la fe, no puede existir una verdadera comunión porque se ha dejado de lado al primer amor. Esto lo podemos observar cuando Pablo le habla a la iglesia de Éfeso que se había enfriado:

    “y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apocalipsis 2:3-5).

    No debemos buscar a Dios solamente cuando lo necesitamos, sino que esta comunión con nuestro Padre debe ser nuestra manera de vivir diaria porque aún en el desierto nos daremos cuenta cuán grande es su amor y misericordia.

    Así que veremos en todo momento su Gloria, la cual es manifestada mediante las obras de sus hijos. Esta verdad debemos anclarla en nuestro corazón y no olvidarla nunca.

    5.-  Para obtener una mayor unción

    Para comprender lo que significa la unción de Dios, debemos revisar las Escrituras, en la cual mediante la parábola de las vírgenes, podemos entender que el aceite simboliza al Espíritu Santo, por lo cual debemos estar apercibidos y tener las lámparas llenas de ese aceite. Al respecto la palabra dice lo siguiente:

    “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: !!Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta” (Mateo 25:9).

    En esta parábola se nos muestra que debemos dejar nuestros propios intereses personales y salir a buscar aceite antes de que llegue el Señor, para estar preparadas y apercibidas y poder tener el aceite suficiente para su venida, donde seremos arrebatados por Jesús en las nubes.

    Tal como se dijo anteriormente, el aceite simboliza al Espíritu Santo, y el término “comprar” quiere decir “pagar un precio por poder obtener algo” y esto no es algo fácil, así que debemos esforzarnos.

    En este sentido, una vez que la puerta se cierre, nadie podrá entrar, lo cual es muy lamentable, así que debemos procurar tener siempre aceite en nuestras lámparas, y no esperar el último momento porque nadie sabe la hora ni el día en que llegue el Señor. Por lo cual debemos estar llenos del Espíritu santo, velando y orando para recibir a Nuestro Señor Jesucristo.

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