Justificados por su Sangre

La obra de Jesucristo por nosotros, ser justificados por su sangre, abarca el hecho mas glorioso y trascendental de la humanidad. Divide en dos la historia, y es el punto de inflexión que se levanta a favor de nosotros desde la época de la Reforma Protestante.

La sociedad de hoy no termina de entender lo que eso significa, y por eso tiene limitadas esperanzas y expectativas en su futuro, sin entender que sí hay esperanzas. Hoy vamos a tratar en estas palabras, de aclarar el hecho de que somos justificados por su sangre, por la sangre preciosa de Jesucristo, y las implicaciones que eso conlleva para nosotros.

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    No podemos ser justificados por nuestra conciencia.

    Justificados por su Sangre

    La conciencia del hombre le acusa de haber pecado gravemente contra la ley de Dios. La conciencia es el registro donde se asientan todas nuestras decisiones y que las evalúa acusándonos o defendiéndonos en cada razonamiento (Ro 2.15).

    Es un registro imborrable y que no se puede cambiar. Es un conocimiento interior del bien y del mal. Nuestra conciencia no nos puede justificar ante Dios por que el corazón del hombre tiende de contínuo al mal (Ge 6.15) Imagínese todo lo que hay registrado en él.

    La Biblia dice que el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo vamos a ser juzgados por las obras que hay en nuestra conciencia. Hagamos el siguientes ejercicio: Pensemos en el peor acto contra Dios y el prójimo que hayamos cometido en los últimos seis meses, hagámoslo durante 30 segundos.

    Bueno, de esa misma manera va a aparecer delante de Dios, porque de paso la conciencia es un registro imborrable. Como se dice en informática es un archivo encriptado, que no puede ser modificado. No hay manera que escapemos de mostrar nuestras obras en el juicio final.

    Ahora, Dios demanda que las obras que están en nuestras conciencias coincidan 100% con su Ley y su Divina Voluntad. Y no podemos de ninguna manera hacerlas coincidir, porque el menor rastro de pecado es suficiente para violar la Santa Ley de Dios.

    De tal manera, que quien piense que puede argumentar con Cristo el día del juicio está perdido completamente. De hecho,  nuestra conciencia es la que nos acusa de haber pecado gravemente contra Dios y sus mandamientos durante todos los días de nuestra vida, no habiendo guardado ninguno de ellos, y estando siempre inclinado a todo mal. De tal manera que estamos destituidos de la gloria de Dios y fuera de su presencia sin poder justificar nuestros actos delante de él. Sólo podemos ser justificados por su sangre, la sangre de Jesucristo.

    No podemos ser justificados por nuestras obras.

    Para ser justificados por nuestras  nuestra justicia debe ser perfecta delante de Dios, conforme a toda su ley. No puede haber ninguna falla en ella. Deben ser perfectas y concordar desde todo punto de vista con la ley de Dios.

    El problema es que aún nuestras buenas obras están manchadas de pecado. Podremos llevar correctamente las responsabilidades del hogar, ser excelentes trabajadores y aún participar en las obras sociales que beneficien a los mas necesitados. Siempre vamos a cometer pecado, porque nuestra naturaleza es pecadora.

    Nuestros buenos pensamientos vienen contaminados de pecado desde nuestro corazón, y lo que hagamos de allí en adelante, ya es contrario a la ley de Dios, ya es pecado y merece el castigo del pecado, que es la muerte (Ro 3.23).

    La Biblia habla de buenas obras, como aquellas que son conforme a la Ley de Dios, para beneficio del prójimo y para su gloria. normalmente rompemos uno de estos tres requisititos. De tal manera que nuestras buenas obras no merecen nada de parte de Dios ni en esta vida, ni en la futura, porque aún estas obras están contaminadas de pecado y son consideradas por Dios como trapos de inmundicia (Isa 64.6).

    Un trapo de inmundicia es el equivalente a una toalla sanitaria que usan las mujeres cundo tienen su período menstrual. Como una toalla sanitaria usada son  nuestras obras delante de Dios.

    El creyente está destinado a las buenas obras, pero estas no son remuneradas por merecimiento alguno de él. (Lu 17.7-10), sino por la gracia y la misericordia de Dios producto de su amor para con nosotros, que nos estimula a conducirnos a través de la fe que obra por el amor. De la única manera que aparezcamos como justos ante Dios, es que necesitamos que él nos declare justos.

    Solo podemos ser justificados por su sangre, por la sangre de Jesucristo.

    Solo podemos ser justificados por su sangre.

    De manera que solo podemos ser justificados por su sangre, por causa de la gracia de Dios. La gracia de Dios es la manera de como Dios trata con los pecados del hombre, a diferencia de su misericordia, que es la manera bondadosa de cómo Dios atiende al pecador en la condición que es producto de su pecado, sin tomar en cuenta éstos.

    Así que, por la gracia de Dios,  aún cuando estábamos perdidos delante de Dios, con nuestra conciencia acusándonos gravemente y sin haber hecho ninguna obra de justicia para él, al contrario, todas mis obras sin impuras en su presencia, Dios envió a su Unigénito Amado, Jesucristo, para que cumpliera con las obras de justicia que toda la raza humana no podía cumplir, y derramar su sangre en la cruz por nosotros, para pagar por todos y cada uno de nuestros pecados, es decir, los pasados, los presentes y los futuros.

    Dios descargó toda su ira en Cristo, a quien imputó todos nuestros pecados y ofensas que hayamos cometido contra él. y a nosotros nos imputa la perfecta satisfacción, la perfecta justicia y la perfecta santidad de Cristo.

    Dios nos mira como si nunca hubiéramos pecados, es más, nos mira a través de Cristo como si nosotros mismos, cada uno de nosotros, hubiésemos cumplido aquella perfecta obediencia que no pudo cumplir Adán y Eva  en el Edén, y por ende, nadie de la raza humana desde ese momento hasta que Jesucristo vino a nuestro rescate, cumpliéndola y derramando su sangre en la cruz por nosotros. Solo somos justificados por su sangre. Por la sangre de Jesucristo.

    El punto es que de la única manera en que somos justificados por su sangre es aceptando la obra de Cristo en nuestro favor, solo  a través de la fe (Ro 3.22).

    La fe consiste de dos elementos: conocimiento y confianza (He 11.1). Conocimiento en el objeto de la fe, y confianza en el cumplimiento de lo que trata ese objeto. Estos dos elementos deben ir intrínsecamente unidos.

    Una fe sin conocimiento es subjetivismo: Es como la persona que ganó la lotería y cuando la entrevistaron en los medios dijo: "Yo jugaba porque tenía fe que iba a ganar la lotería". Impresionante ¿no? ¿Cómo sabía que iba a ganar la lotería?  La posibilidad de que en su boleto estuvieran exactamente los números que también salieron por azar del lugar donde estaban es casi infinita.

    Esa fe es confianza sin conocimiento, es subjetivismo. Es la misma fe que vemos en algunos grupos religiosos que hacen a Dios una especie de mago que cumple sus necesidades y esperanzas,  sin saber exactamente de la manera cómo Dios lo plantea en su Palabra. Eso es fanatismo. Defender con pasión  una causa que desconoces.

    La otra posibilidad es conocimiento sin confianza. Eso es mero intelectualismo. Actuamos así cuando tenemos información de Dios a través de su Palabra y de la manera como actúa pero no confiamos en eso, tomando nuestras propias decisiones.

    Es intelectualismo. La Biblia dice que hasta los demonios creen en Dios y tiemblan (Stg 2.19), es decir, conocen el carácter y la existencia de Dios, le tienen miedo, pero no rinden su existencia ante él. De tal manera que ambos elementos deben aparecer en el acto de la fe.

    Un viejo manual de doctrina cristiana que data de 1563  (Catecismo de Heidelberg) tenía un concepto de fe mas o menos como este: "Verdadera fe no es solamente un conocimiento cierta, sino una verdadera confianza  infundida por el Espíritu Santo en nosotros, a través del evangelio, que no solo a otros, sino también nosotros recibimos de Dios el perdón de pecados, la justicia perfecta y la vida eterna en los méritos de Jesucristo." (CH Dom. 7 P y R. 21). El justo por la fe vivirá (Ro 1.17)

    De tal manera que solamente podemos ser justificados por su sangre por la fe en Jesucristo. Dios nos da la fe para que podamos creer que somos justificados por su sangre. No es porque yo tenga una gran fe, una gran preparación y una confianza extrema en la obra de Jesucristo, sino por la fe en la obra de Jesucristo.  Porque Dios conoce que la satisfacción, la justicia y la santidad perfecta solo podemos cumplirlas apropiándolas y abrazándolas con fe en la obra de Jesucristo.

    Solo así somos justificados por su sangre. A través de la en nuestro Señor.

    A través de ser justificados por su sangre, recibimos los beneficios de esa justicia.

    ¿Qué beneficios recibimos del hecho de ser justificados por su sangre? A saber:

    El primer beneficio de ser justificados por su sangre es que Dios establece la paz con nosotros.

    Dice la Biblia que dios vive airado todos los día en contra del impío (Sal 7.11). Y es normal, porque la ira de Dios no es un estado de furia, con los ojos llenos de candela y fuego contra todo. Así es la ira del hombre.

    La ira de Dios es la reacción santa y ecuánime que tiene Dios en a presencia del pecado. Su naturaleza santa no lo va a  permitir. Es como tratar de acercar una gota de agua sucia al sol. Dios indiscutiblemente va a actuar en contra del pecado.

    Así es como vemos que la paz de Dios no está con los que actúan en contra de su voluntad. De tal manera que para poder estar en paz con Dios, solo puede ocurrir después de ser justificados por su sangre, la sangre de Jesucristo. Pasamos de ser enemigos a ser hijos amados de Dios.

    A vivir en su presencia con su paz, a disfrutar de su amor paternal y su protección en cada situación de nuestra vida y a vivir bajo su santa voluntad y de acuerdo a sus propósitos. Este es el primer beneficio que obtenemos de ser justificados por su sangre.

    El segundo beneficio que recibimos al  ser justificados por su sangre es el acceso al trono de la gracia.

    El templo de  Israel  tenía un velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo, donde solo tenía acceso el Sumo Sacerdote una vez al año para presentar ofrenda de los pecados del pueblo, previa purificación de sus propios pecados.

    El velo era de lino en colores azul, púrpura y carmesí (2 Cro 3.14), y era una tela de un espesor de mas o menos 12 cms. Representaba la separación de un Dios totalmente santo ante un pueblo pecador. Nadie, excepto el sumo sacerdote una vez al año, podía acceder al lugar santísimo y vivir.

    Cuando cristo murió, los evangelios sinópticos atestiguan unánimemente que el velo del templo se rasgó (Mat 27.51; Mr 15.38 y Lc 23.45).

    Esto es de un significado vital para nosotros los justificados por la sangre de Jesucristo. Significa que Cristo logró que tuviéramos acceso a la misma presencia de Dios, al trono de la gracia donde habita nuestro Dios inaccesible.

    Un acceso vetado a los que no han sido justificados por la sangre de Jesucristo, y que no disfrutan de poder estar en la presencia de Dios a través de la fe. Podemos decir como dijo el apóstol Pablo: Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y el oportuno socorro de Dios nuestro Padre Celestial.

    El tercer beneficio que recibimos al ser justificados por su sangre es la vida eterna.

    Debemos entender la vida como la unión del cuerpo con el alma, y por antítesis, entonces la muerte será la separación del cuerpo y del alma, esa es la muerte física. La vida espiritual que tuvieron Adán y Eva en el Edén era que su cuerpo y su alma vivían el la presencia de Dios. El hombre pecó y fue echado de la presencia de Dios, y empezó su muerte espiritual, y por tanto, la corrupción de su naturaleza.

    En ese estado viene Cristo y restaura la presencia y la comunión del creyente con Dios, esta es la primera resurrección; y vuelve a tener vida espiritual y eterna. Y el día que Cristo venga a juzgar al mundo, los que estén muertos en sus delitos y pecados sufrirán la muerte segunda, es decir, la muerte eterna. y los que estén con Cristo, disfrutarán de la vida eterna unidos a él, ya que la segunda muerte, la del juicios final, no tiene potestad sobre el creyente.

    Así, mas amenos podemos resumir el beneficio de la vida eterna en nosotros. Una vida que empezamos a disfrutar cuando aceptamos por la fe en Jesucristo, que somos justificados por su sangre. Y la muerte física deja de ser la paga de nuestro pecado (Cristo pagó por ellos con su sangre) para ser un paso más hacia la vida eterna.

    Cuando Cristo venga a buscar a su pueblo, seremos transformados en cuerpos glorificados para poder resistir la presencia poderosa del Padre, y estos cuerpos estarán diseñados para no morir más, ni ver las enfermedades, ni el llanto, ni el sufrimiento. Para vivir en  la gloria eternamente en la presencia de nuestro Dios Todopoderoso.

    Este es el tercer beneficio que recibimos al ser justificados por su sangre.

    Amados, no podemos pasar por alto el hecho más trascendental de la historia de la humanidad, LA obra monumental que Dios ha hecho por nosotros a través de Jesucristo, el ser justificado por su sangre, para recibir su paz, vivir en su presencia y poder disfrutar de la vida eterna.

    No tiene precio. Debemos ir a los pies de nuestro Dios y agradecer por tan grandes cosas que él, por su amor ha hecho por nosotros. Es imposible no aceptarlas  dejar de anunciarlas a todo aquel que demande una razón de nuestra fe y nuestra esperanza. Dios nos bendiga.

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