La predicación de la palabra de Dios – Significado según la biblia
La predicación de la palabra de Dios es un mandato que lo podemos encontrar en las Sagradas Escrituras, donde se nos demanda proclamar las buenas nuevas, el mensaje de la cruz, del sacrificio, del Nuevo Pacto en Cristo Jesús. Tal como lo señala el siguiente pasaje: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16: 15)
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De esta manera los hijos de Dios estamos llamados a predicar la palabra y llevar el mensaje de salvación con el fin de atraer las almas al reino de los cielos. Sin embargo hay aspectos que debemos considerar a la hora de pararnos en un púlpito en una iglesia de Cristo.
La predicación de la palabra de Dios – Significado según la biblia
Es necesario primeramente conocer el significado de esta palabra. Debemos comprender que la predicación viene de parte de Dios y la persona es un instrumento humano mediante el cual se proclama el mensaje de salvación.
En la palabra podemos encontrar diferentes ejemplos en cuanto a la predicación. En el caso de la historia de Moisés encontramos que los diez mandamientos fueron divinos en su fundamento y contenido.
Sin embargo, Moisés fue un instrumento humano para llegar al pueblo. El ministerio sacerdotal es otra ilustración de esta gran verdad bíblica. El sumo sacerdote se formaba en el gran representante de los hombres ante el Señor y de Dios ante los hombres.
En la biblia podemos encontrar al verdadero sumo sacerdote y es Nuestro Señor Jesucristo. Este término “sacerdote” en el latín se lee latín “pontifex” y denota constructor de puentes.
El sacerdote tenía como función principal servir de puente entre Dios y las personas. En la palabra se muestra que Jesucristo es nuestro sumo sacerdote: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:17)
En este sentido, en la persona de Nuestro Señor Jesucristo se descubre una vez más en un principio divino-humano que se manifestó en la tierra para entregar su vida por cada uno de nosotros. Así que su propio nombre compuesto “Jesucristo”, constituye su propósito terrenal, donde Jesús se establece como nuestro salvador, cuya misión era pagar por el pecado de la humanidad.
Al respecto el apóstol Juan nos señala: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1) En esta cita cada uno de los términos tiene un significado que se debe considerar para analizar el verdadero sentido de la existencia de Jesús en la tierra, su propósito, su pacto divino y su objetivo principal. Cuando comienza este pasaje el apóstol nos dice “En el principio” y esto se refiere a la eternidad. Luego nos hablan del “verbo” que en griego significa “Logos” “Palabra”.
De esta manera en este pasaje se nos revela la existencia de Jesucristo como nuestro verbo, como nuestra palabra. Así que encontramos tres realidades escatológicas: En primer lugar se nos presenta la eternidad del Logos: “En el principio era el Verbo”. En segundo lugar aparece la comunión y relación divina: “y el Verbo era con Dios”. Y en tercer lugar encontramos la naturaleza divina y deidad: “y el Verbo era Dios”.
En este sentido por medio de Jesucristo, Dios se hizo tangible y visible al ser humano. Y él representa nuestro verbo, nuestra palabra, nuestra verdad. Es la palabra del Padre hecha carne. Así que el Padre por intermedio del Hijo se comunica y entra en relación con la humanidad. La biblia es la palabra del Señor escrita para toda la humanidad, escrita por los hombres por inspiración divina. Tal como lo señala la palabra: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16)
De esta manera que la biblia nos proporciona todo lo que necesitamos para predicar la palabra de Dios, porque a través de su Santo Espíritu podemos proclamar el mensaje necesario que edifique y atraiga las almas a la salvación en Cristo Jesús.
En la biblia podemos ver cómo Dios habló con voz audible a diferentes personajes como Adán, Eva, Caín, Noé, Moisés, Abraham, entre otros. Y en la actualidad el Señor nos sigue hablando mediante la predicación de su palabra.
En este mismo orden de ideas, los métodos de Dios de hablar a las personas, han sido muy diversos. Se ha comunicado a través de vientos, relámpagos, visiones, la llama de fuego, voz audible, sueños, truenos, la nube de su gloria, silbido apacible, el profeta, visitaciones angelicales y muchas otras formas. Tal como lo afirma la palabra:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2)
En esta cita podemos notar cómo Dios nos habla a través de nuestro Señor Jesucristo quien intercede por nuestros pecados, quien nos justifica delante del Padre y nos perdona. Nos ofrece la salvación, restauración, protección y misericordia.
De este modo, el Señor utiliza el elemento humano para comunicarse con la humanidad. Jesucristo fue la Palabra divina hecha carne mediante la cual Dios habló a toda humanidad.
Por esta razón la predicación debe ser una manifestación divina en la cual la persona emite un mensaje bajo la dirección del Espíritu Santo. Estos predicadores han sido llamados para que sean instrumentos para transmitir este mensaje a las personas.
La autoridad que otorga Dios en la predicación
La autoridad que Dios nos otorga está afianzada en la palabra y en lo que allí se establece. Así que la persona que predica es solo un instrumento de Dios para llevar el mensaje de salvación principalmente.
En la actualidad podemos observar cómo el mensaje principal se ha desviado, y muchos se han enfocado en el evangelio de la prosperidad, de la abundancia, del amor al dinero.
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Esto no proviene de Dios porque su palabra no lo sustenta, ya que aquí se expresa claramente que primero debemos buscar el reino de los cielos: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33)
La sana doctrina debe estar enfocada principalmente en la búsqueda del reino de los cielos, y éste se logra es mediante el pacto divino que hizo Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz del Calvario, donde nos otorgó el perdón a través de su sacrificio perfecto en el cual murió por mis pecados e iniquidades. El centro de nuestra vida como cristianos es estar fundamentados sobre la roca que es Cristo. Siempre las predicaciones deben girar en torno a Cristo, a la salvación, a los pactos de Dios con el hombre.
El predicar sobre el amor al dinero es contradictorio a lo que establece la biblia porque se está enfatizando el mensaje a los deseos de la carne, a la materialización, a buscar más recibir que dar. No se trata de llenar las iglesias de personas, se trata de llenarlas de almas rescatadas, salvas, restauradas y purificadas mediante la sangre de Cristo. Ningún creyente debe dejarse persuadir por mensajes que contradigan las Sagradas Escrituras porque el propio apóstol Pablo advirtió a las diferentes iglesias sobre esto:
"Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:1–5)
En este sentido, Pablo nos enseña que debemos enfocarnos en la sabiduría que viene de lo Alto y no es sabiduría humana. La predicación debe estar fundamentada en el poder de Dios, en las manifestaciones de su Santo Espíritu, ya que sin éste la predicación es vacía y netamente humana y natural.
Nuestro Padre Celestial nos demanda en su palabra a buscar primero el reino de Dios, para que de esta manera podamos ser llenos de su presencia mediante la oración, lectura de la palabra, ayuno.
Ningún predicador debe ir al púlpito sin oración, sin cobertura del Señor. Al respecto la palabra nos enseña lo siguiente: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4:31)
De esta manera que cuando los predicadores dejen que el fuego del Espíritu Santo los queme por dentro habrá humo por fuera, y por ende, las predicaciones estarán llenas de poder:
“pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8)
Por otro lado, encontramos a apóstoles como Pedro y Juan en donde la iglesia de los primeros días estaba en el poder que recibían del Espíritu Santo, y ese poder les otorgaba el valor para predicar y poder ser acompañados de señales. Esto lo podemos observar en el siguiente pasaje:
“Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos” (Hechos 4:33)
De esta manera, el ministerio no debe ser visto como una profesión, ya que éste es una vocación espiritual y divina en la cual debe participar el Espíritu Santo y además debe haber un llamado de parte del Señor.
Así que no se trata de la persona que predica, bien sea hombre o mujer. Se trata del llamado que Dios le da a sus hijos. Si no se tiene claro esto, se puede caer en el error de considerar a los ministerios como unas simples disciplinas académicas y no como a verdaderos llamados del Señor.
En este sentido, se necesitan ministros que estén realmente comprometidos con la obra del Señor y que hayan tenido un verdadero llamado de Dios y no por una imposición humana. Esto se logra mediante la estrecha relación que todo hijo de Dios debe tener con su Padre Celestial en todo momento. Al respecto el apóstol dice lo siguiente: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2)
En la actualidad, existen muchos fracasos a nivel ministerial, a nivel de la predicación debido a que se han basado en doctrinas de hombres y no han tomado en cuenta las necesidades espirituales de los demás. La predicación debe ser espiritual, guiada por el Espíritu Santo, quien nos conduce a toda verdad. Además debe responder las inquietudes de la congregación y alentar a las almas a aceptar y recibir a Jesús en sus vidas para ser salvos, libres y perdonados. Al respecto la palabra nos dice lo siguiente:
“Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”
En esta cita podemos observar el llamado que tuvo Moisés para sacar al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto. Sin embargo Moisés no se sentía preparado para esta misión, por lo cual necesitaba sin duda alguna, el poder de Dios para tal objetivo.
No era fácil predicarle a un pueblo con viejas costumbres y esclavizado por muchos años. Pero Dios le otorgó la fuerza, valentía y el poder para hacerlo, dando manifestaciones de sucesos sobrenaturales en el cual el poder de Dios se reveló en diferentes eventos en los cuales se vio que Moisés estaba con el Señor.
No se trata de predicar para explicarles a los demás tu interpretación de la biblia. El mensaje de la predicación va más allá de una simple enseñanza porque debe mover el aspecto espiritual de la persona, llegando a su alma para transformarla, limpiarla, purificarla.
La biblia debe ser la fuente principal de la predicación
En la biblia es donde podemos encontrar la palabra de Nuestro Padre Celestial y allí podremos encontrar responder todas las interrogantes que tengamos. Aquí encontramos además el fundamento principal de toda predicación, el cual es Jesucristo, quien es nuestra piedra angular, nuestra roca, nuestra fuente de agua viva, tal como lo anuncia en el siguiente pasaje: “El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: “De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva…” (Juan 7:38-39)
De esta manera, nuestra fuente, nuestra roca, nuestro fundamento es Cristo, quien nos liberó mediante su sacrificio, donde venció a la muerte. Este pacto divino tiene que estar presente en la predicación porque es nuestra fuente principal.
Al respecto el apóstol Pablo nos indica cuatro aspectos de gran importancia. Nos señala que para invocar al Señor, debemos creer firmemente en él; para creer en el Señor hay que oír de él, y afirma que para oír a Dios, alguien lo tiene que proclamar. Por esta razón solamente los que son enviados pueden predicar el evangelio.
En este sentido, la biblia es el medio a través del cual se da a conocer el evangelio de Cristo. Y todos los hijos de Dios están llamados a proclamar el nombre de Cristo y a predicar sobre el reino de los cielos. En los evangelios se conoce como la gran comisión, tal como lo revela la palabra:
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28:16–20)
Sin embargo Dios ha escogido dentro de las iglesias a un grupo de hombres y mujeres con el objetivo específico de ser portavoces y proclamadores del evangelio. Por esta razón, debemos comprender que la predicación es un llamado, es una vocación divina, en la cual una persona específica es usada por el Señor para servirle dando el mensaje del evangelio.
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