Pasa el desierto en Victoria - Cuál es el propósito del desierto para Dios
Pasa el desierto en Victoria entendiendo que todo en la vida tiene un propósito para Dios, quien está contigo en cada prueba que tengas que pasar, esperando tu plena confianza para bendecirte y darte la victoria que tanto anhelas después de haber pasado por momentos amargos.
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Siempre que estamos en adversidad, nuestra mente juega un papel importante, ya que comenzamos a buscar culpables, a hacernos interrogantes, a cuestionar las promesas de Dios y podemos incluso caer en apostasía.
Todo cristiano fiel a Dios debe entender que las cosas que nos tocan vivir en este mundo son pasajeras al igual que nuestra vida y que todo tiene un sentido de ser. Cuando Dios nos coloca pruebas, también nos da la fortaleza para afrontarla, tal como lo establece en su palabra:
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla” (1 Corintios 10:13)
De esta manera Nuestro Dios es real y sabe que somos débiles, que necesitamos sus herramientas espirituales para poder vencer en medio de las adversidades. Necesitamos la armadura de Cristo para poder pasar por el desierto asignado y de esta manera recibir la Victoria de pie.
Pasa el desierto en Victoria – Qué significa el desierto
Los desiertos se caracterizan por ser zonas aisladas, deshabitadas, con poca vida. Es un lugar poco deseable porque carece de lo necesario para poder vivir, ya que escasea el agua, la vegetación y la vida en general. También encontramos los desiertos situados en climas fríos como el Ártico o la tundra.
Sin embargo, el desierto que más conocemos son aquellos lugares secos, cálidos y despoblados, en los cuales no es posible vivir de forma plena. En la biblia se nos menciona siempre al desierto como un lugar por el que se tiene que pasar para llegar a la tierra prometida que representa la victoria.
En el libro de Génesis encontramos la vida de Abraham q quien Dios le asignó que fuera a un lugar desértico, solitario y sacrificara a su hijo, y Dios dice claramente que probó a Abraham:
“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Génesis 22:1-2)
En este sentido, Dios nos probará conforme a su perfecta voluntad pero nos dará las herramientas para superar toda adversidad. Estas pruebas deben demostrar nuestra confianza en Dios y nuestra disposición para cumplir la perfecta voluntad de él.
De esta forma, Abraham tuvo que pasar por este trago amargo y llevar a su hijo a un lugar desahitado, solo, apartado para sacrificarlo, obedeciendo al mandato de Dios.
Pero el Señor no permitió que ejecutara este sacrificio porque vio su corazón y supo que Abraham era fiel y obediente. Lo cual agradó en gran manera a Dios, y por eso le dio la Victoria a Abraham y cumplió su promesa de multiplicar su descendencia.
En este sentido, toda prueba tiene un propósito determinado que muchas veces no comprendemos pero si escudriñamos las escrituras, oramos constantemente, la verdad se nos será revelada mediante el Espíritu Santo.
Ciertamente vivimos en un mundo lleno de adversidades, de tropiezos, sumergidos muchas veces en enfermedades, pérdidas, escasez, desamor. Pero tenemos esta promesa hermosa en la palabra de Dios: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33)
El propósito de Dios en el desierto
El propósito de Dios en el desierto lo podemos apreciar a lo largo de todo el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, donde los hombres y mujeres de la biblia, tuvieron que pasar por desiertos muy duros para luego salir en Victoria. Podemos nombrar a un Abraham, David, José, Job, Jeremías, Moisés, entre otros.
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El libro del Éxodo es uno de los libros más importantes de las Sagradas Escrituras, ya que en éste podemos apreciar cómo el pueblo de Israel había sido liberado de la esclavitud de Egipto con la esperanza de ir a la tierra prometida, un lugar donde podrían vivir plenamente y en paz.
Pero después de cruzar de forma milagrosa el Mar Rojo y presenciar la destrucción total del ejército egipcio, el pueblo de Israel se encontró con un desierto en lugar de ver la tierra prometida de la cual Moisés les había hablado en nombre de Jehová:
“y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: El día que escogí a Israel, y que alcé mi mano para jurar a la descendencia de la casa de Jacob, cuando me di a conocer a ellos en la tierra de Egipto, cuando alcé mi mano y les juré diciendo: Yo soy Jehová vuestro Dios; aquel día que les alcé mi mano, jurando así que los sacaría de la tierra de Egipto a la tierra que les había provisto, que fluye leche y miel, la cual es la más hermosa de todas las tierras” (Ezequiel 20:5-6)
Aquí podemos ver la promesa de nuestro Dios para este pueblo, el cual no es mentiroso porque siempre cumple lo que dice. Pero antes de darle la tierra prometida, debía probar su corazón y pudo observar que su pueblo no podía dejar las viejas costumbre de Egipto y no apreciaban las bendiciones que tenían delante:
“Mas ellos se rebelaron contra mí, y no quisieron obedecerme; no echó de sí cada uno las abominaciones de delante de sus ojos, ni dejaron los ídolos de Egipto; y dije que derramaría mi ira sobre ellos, para cumplir mi enojo en ellos en medio de la tierra de Egipto” (Ezequiel 20:8)
En este sentido, esta nación que había sido esclava por cuatrocientos años, era libre pero no podía apreciar esa bendición porque no veía más allá de sus ojos, solo observaba el desierto, el hambre, la fatiga, decepción porque no podía palpar la tierra prometida donde fluía leche y miel.
“Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (Éxodo 16:2-3).
Ante esto podríamos preguntarnos si éste era el plan de Dios verdaderamente. Pero cuando profundizamos en la lectura de la palabra, notamos que el propósito de Dios requería que este pueblo pasara por un desierto para probar su fe y confianza en Dios.
En este punto, el desierto no fue algo casual ni forma parte de un accidente. Al respecto Moisés les dijo lo siguiente: “Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón…” (Deuteronomio 8:2).
Así que el desierto y la ausencia de recursos les proporcionaría la luz en el corazón del pueblo de Israel y probaría el nivel de compromiso con Dios. Lamentablemente a veces queremos ver los resultados de forma inmediata y nos negamos en pasar por el desierto, no queremos ser probados porque no hemos comprendido cuál es el propósito por el cual fuimos llamados.
Por otro lado, en el libro de Génesis se nos relata el proceso de creación en la cual el desierto no es el diseño de vida que Dios quiere para sus hijos. Es solo un proceso por el cual debemos pasar para luego recibir la recompensa, pero obtener estas bendiciones depende de nosotros, de nuestro compromiso y confianza en Dios.
En este sentido, Dios creó a Adán y a Eva y los colocó en el huerto del Edén, un lugar maravilloso donde no hallamos referencia a un desierto o lugar de sequía. Pero cuando Adán pecó contra Dios, el pecado tomó lugar y entró en el mundo.
De esta forma, el pecado de Adán implantó la muerte, y de esta forma se expandió por todas partes, porque todos pecaron contra Dios. Esto lo podemos observar en el siguiente pasaje: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12)
Sin embargo nuestro Dios lleno de misericordia, de justicia y de amor, busca que sus hijos se rediman y busquen cada día su presencia. Y mediante Nuestro Señor Jesucristo puedan alcanzar la salvación mediante la sangre preciosa derramada en la cruz del calvario.
Pero debemos confesar nuestro pecado para poder ser liberado de todas las ataduras y el Espíritu Santo nos va guiando a toda verdad, limpiando toda nuestra maldad y sanando nuestro corazón: “Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga” (Deuteronomio 8:5).
En este orden de ideas, el desierto representa transformación y por eso debemos atravesarlo para ser moldeados, cambiados y renovados. Pero no estaremos solos en este proceso porque el Espíritu Santo se nos fue dado para consolarnos, darnos fuerzas y llevarnos a toda verdad.
Nuestro pan en el desierto
Para el pueblo de Israel, la provisión del Señor fue el maná, y se refiere a una sustancia extraña y desconocida para todos. Se considera que el pueblo le atribuyó el nombre Maná que es una expresión hebrea “Man hu” que significa “¿qué es esto?” Esto lo podemos apreciar en el siguiente pasaje:
“Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer” (Éxodo. 16:15).
En esta cita, podemos observar que en medio del desierto, la escasez, la angustia, Dios nos provee de diferentes formes y usando distintos medios. Pero el pueblo de Israel aún no lograba entender su propósito y buscaba alimento físico y el Señor le quería dar alimento del cielo, ya que él quería tener una estrecha relación con su pueblo.
Por esta razón este maná se daba diariamente, porque Dios le quería enseñar al pueblo que existe un alimento que va más allá de lo físico y natural porque la mayor necesidad que tiene la humanidad en este mundo y en medio de las pruebas, de sus desiertos, es una relación íntima con su Padre Celestial.
En este sentido, el desierto es una excelente oportunidad para profundizar en nuestra intimidad y comunión con Cristo Jesús. Así que cuando estamos pasando por un desierto, nuestra seguridad desaparece y solo dependemos de Dios porque por nuestras propias fuerzas no podemos contralar diferentes situación adversa que se nos presente.
Por ello es necesario pasar por el desierto, pasar un trago amargo para luego avanzar con la seguridad de que tenemos como padre a un Dios vivo que nos sostiene y nos levanta cuando caemos. Nos da fuerzas y nos hace depender solo en su presencia para poder superar obstáculos.
Cabe destacar que aquellos que murieron en medio del desierto, no falleció por el hambre ni porque la prueba era muy difícil de pasar, sino porque no confiaron en el Señor y se debilitaron en la carne y también en el espíritu. No creyeron en la palabra del Señor:
“Y la ira de Jehová se encendió contra Israel, y los hizo andar errantes cuarenta años por el desierto, hasta que fue acabada toda aquella generación que había hecho mal delante de Jehová” (Números 32:13).
De esta manera que aquellos que no pusieron sus ojos en las cosas de Dios, se dejaron llevar por sus viejas costumbres, comenzaron a hacer abominaciones y renegaron del propósito del Señor, perecieron y no alcanzaron la victoria.
No pudieron pasar el desierto con valentía, lo hicieron en la carne, dejando a un lado lo espiritual a pesar de haber visto milagros, prodigios y maravillas hechas por Jehová, donde presenciaron el Poder de Dios como nunca antes.
En este sentido, la incredulidad es un virus que ennegrece el alma y el corazón y nos conduce por valles de sombra de muerte sin la presencia de Dios porque no le han permitido entrar en su vida.
Pasar el desierto en Victoria es confiar plenamente en nuestro propósito aquí en la tierra, sabiendo que si estamos aferrados a Dios recibiremos el pan de vida en medio del desierto, ya que mediante Nuestro Señor Jesucristo obtendremos consuelo en medio de la prueba, del llanto, del dolor.
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