El corazón de Dios: Un Corazón que Brota Compasión
Cuando hablamos de un corazón que brota compasión, difícilmente podemos imaginar el corazón humano. A veces hasta sentimos pena de ser compasivos en un acto de solidaridad por miedo de ser criticados de débiles o alcahuetas. Nuestra sociedad confunde compasión y misericordia con debilidad y pietismo religioso.
En los círculos seculares, se enseña a no tener compasión la hora de reprender al otro. Ha desaparecido la misericordia de las calles y de nuestros corazones.
Todo esto como producto de desconocer el parámetro con el cual ha de ser medida nuestra misericordia y nuestra compasión.
Providencialmente, Dios nos muestra una característica de la cual podemos aprender esta solidaridad: él nos muestra un corazón que brota compasión, el corazón de Dios.
Hoy vamos a ver en el texto de Oseas 11.1-12, cómo se nos muestra el corazón que brota compasión, y qué podemos aprender de ello.
1.- Un corazón que brota compasión en el amor hacia sus hijos.
Aquí vemos a Dios dándonos la imagen de un padre amoroso que rescata a su hijo, Israel, de la esclavitud de Egipto (Os. 11.1). Recordemos que Israel sufrió una dura esclavitud en Egipto: Les aumentaban la carga de trabajo haciéndoles su labor cada vez más dificultosa, les explotaban con dureza, haciéndoles sufrir con amargura, y para que no crecieran en número, decidieron matar a todo varón que naciera (Exo 1.8-22).
Era difícil la vida allí. Pero Dios escuchó el clamor de Israel, y decidió librarlos de la esclavitud de los egipcios (Exo 3.1-22). Aquí vemos el corazón que brota compasión, el corazón de Dios.
Dios es movido en sus entrañas a redimir a su hijo esclavo, a liberarlo de sus penas y tribulaciones. Es el acto de redención producto de un corazón que brota compasión, el corazón de Dios, que toma a un pueblo esclavo y lo libera, para que éste de manera agradecida mantuviera una relación de amor con su Redentor a través de servirle en libertad y adorarle por sus grandes hechos, tal como Dios lo demanda en su Palabra, aquí se cumple también la profecía dada en Mateo (Mat 2.15).
El amor es la misma motivación de la acción de Dios, aún cuando los personajes y las circunstancias sean diferentes. Es el Padre que es movido desde sus entrañas a ayudar a su hijo, y hace lo que está a su alcance por su bienestar, cualquiera que sea la situación del hijo.
Dios sigue mostrándose como el Padre cuyo corazón brota compasión, aún cuando Israel, después de ser liberado, le dio la espalda yendo tras otros ídolos (Os. 11.2). dice el profeta que aún cuando Dios les enseñaba a caminar, tomándolo por los brazos, y les dio alimentación salud, les liberó del duro duro yugo que sometía su cerviz (Os. 11.3).
Pero ellos no reconocían los amorosos actos del corazón que brota compasión, el corazón de Dios, sino que ellos fueron rebeldes y negaron al Dios vivo, que les condujo protegidos durante el tiempo de la peregrinación en el desierto, y cuando llegaron a la tierra prometida, se olvidaron de Dios, le desconocieron y fueron tras los dioses de los habitantes de la nueva tierra donde moraban.
El corazón que brota compasión, el corazón de Dios, también muestra su paciencia para traer a los suyos a su presencia (Os. 1.4). No fuerza su voluntad, ni usa estratagemas manipuladoras. Los atrae con su amor, les ayuda a levantar la cerviz quitando el yugo de opresión que traían para que muestren un rostro de felicidad.
Como el Señor que sirve un manjar a un hambriento y le invita, diciendo: puedes escoger lo que quieras comer. Así que, aquí vemos cómo el corazón de Dios es movido a compasión por sus hijos, por todos nosotros.
Aún cuando somos rebeldes, cuando desconfiamos de las promesas de Dios y vamos tras dioses falsos del materialismo y la sensualidad, el nos libera de nuestra esclavitud del pecado y nos atare hacia sí mismo con argumentos poderosos basados en el amor que mostró con nosotros al enviar a su hijo Jesucristo a morir por nosotros en una cruz, para lograr así la redención individual de cada uno de nosotros.
Dice la Palabra que cuando estábamos muertos en delitos y pecados, y Dios, en su infinita compasión, envió a su hijo a morir en la cruz sufriendo el castigo que merecíamos para presentarnos como libres del pecado en su presencia.
El punto es: ¿Qué respuesta estamos dando a Dios, que nos muestra en cada acto su corazón que brota compasión por nosotros? ¿Haremos como Israel, que después haber recibido las bendiciones le dio la espalda y nos dedicaremos a actuar de acuerdo a nuestra conveniencia y no en función de su santa voluntad?
Debemos actuar con sensatez, debemos agradecer a aquél, que movido por su corazón que brota compasión, nos sacó de las tinieblas a su luz admirable, y nos llamó a ser testigos de su compasión por nosotros para proclamar las grandes y maravillosas que él hace por nosotros.
2.- Un corazón que brota compasión en la corrección hacia los suyos.
Dios es santo y justo, y no va a permitir la injusticia y la corrupción en su presencia, ni que sus hijos vivan en ella. El profeta Oseas así nos lo hace saber (Os. 11.5-7). Y demuestra que su corazón que brota compasión que le impulsó a liberar a Israel de la esclavitud hasta llevarlos a la tierra prometida se mantiene siempre en vigencia. Aún cuando ellos continúen en su rebeldía, desobediencia y obstinado desconocimiento de su Redentor.
El primer punto es que Dios no devolvería Israel a la Esclavitud, por su testarudez en mantenerse en su idolatría (Os 11.5). Israel vivía bajo sus propios criterios, obviando la voluntad de Dios expresada en su ley que les fue dada en el desierto. Ellos decidieron mantenerse en esa posición y actuar como las naciones paganas que le rodeaban en Canaán y no convertirse al Dios Todopoderoso, su Libertador y Redentor.
Por lo tanto, las consecuencias de su actitud es que fueron invadidos por los asirios, que tomaron a espadas sus ciudades y las consumieron. Solo les quedó el exilio y la destrucción de su país. Israel era castigada con la vara de la corrección.
Porque seguía siendo un pueblo rebelde, aunque le llamaban Altísimo, nadie le quería enaltecer, haciendo de su adoración un mero formalismo religioso. Sin embargo, Dios no destruiría a su pueblo, ni lo haría volver a Egipto, aunque se lo mereciera por sus actos.
Dios a quien ama disciplina. La disciplina consistió en el destierro a Babilonia. Cuando Israel se lamentaba por su condición de pueblo cautivo, Dios estaba probándoles en el crisol de la santidad para que el pueblo volviera a lo que es bueno: La comunión con el Todopoderoso, bajos los parámetros de su voluntad.
Hoy en día, también nosotros somos disciplinados por aquél cuyo corazón brota compasión, con el propósito de que nuestra fe sea hallada perfecta delante de Dios. El autor de Hebreos (Heb 12.5-11) nos dice que no menospreciemos la disciplina del Señor, por que Dios disciplina a quien tiene por hijo. Si no somos disciplinados por Dios, entonces no somos hijos.
Si recibimos con humildad la disciplina, Dios nos trata como a hijos. Y debemos aceptar la disciplina sabiendo que si ahora no nos causa ningún gozo, en el futuro dará frutos de apacibilidad.
Nuestro Padre, que tiene un corazón que brota compasión, quiere educarnos, que no nos quedemos en nuestros pecados, que crezcamos en su conocimiento y en el cumplimiento de su voluntad, a un varón perfecto, a la imagen de Jesucristo, para nuestro beneficio y su propia gloria, y cuando nos portamos mal, por su amor de Padre, nos disciplina.
Dios es justo, y no podemos actuar con liviandad ni pretender que él pasará por alto nuestros pecados, disciplinándonos para corregirnos, ero en su compasión, no nos disciplinará mas de lo necesario, para que podamos soportar.
3.- Un corazón que brota compasión en la protección de Dios, aún en medio del castigo.
El corazón que brota compasión, el corazón de Dios, se muestra aún cuando ameritamos su castigo. Aquí, vemos cómo Dios garantiza la perpetuidad de su pueblo aún en medio del juicio que empieza a cumplirse sobre él.
El texto en Oseas (Os. 11.8-9) nos dice que de un corazón que brota compasión el corazón de Dios, no brota otro sentimiento que el amor hacia su pueblo aún en medio del juicio y el castigo. Dios no se complace en el castigo, su corazón que brota compasión solo puede sentir empatía hacia los suyos.
Un corazón que brota compasión no ejecutará el ardor de su ira contra su pueblo. Él les garantiza que aunque el juicio ha de venir sobre ellos, su compasión, su amor y su misericordia no permitirá que sea destruido y borrado del mapa. Y aunque nuestros pecados lo merezcan, él recuerda su condición de padre amoroso, que tiene un corazón que brota compasión y busca una solución para nosotros en medio del juicio.
Dios no actúa así sin alguna razón. Porque él el Dios y no hombre. Es decir, sus características y naturaleza no son iguales a las de los humanos. Su amor y perdón son completamente diferentes al del hombre, Él puede retener y controlar su ira, el hombre no. Veamos estas diferencias:
Nosotros no podemos retener nuestra ira por mucho tiempo, al momento reaccionamos. Nuestra ira es la explosión de nuestro carácter, muchas veces violentas, ante una demanda o reclamos no satisfecho, o una situación de agravio hacia nosotros.
La ira de Dios es la reacción santa y ecuánime ante el pecado. Dios no permitirá el pecado en su presencia, así como cuando tratamos de acercar una gota de agua sucia al sol. Solo en su paciencia y longanimidad infinita Dios nos ha de soportar hasta el día que Cristo vuelva para juzgar a los vivos y a los muertos.
Y allí, Dios derramará toda su ira en contra de los que negaron la obra de Jesucristo para su salvación, y entonces, allí ya no habrá misericordia para ellos (Apo. 20.11-15).
Por que Dios no es hombre podemos confiar en su corazón que brota compasión: Su misericordia es infinita y está esperando que todos procedan al arrepentimiento, así que descansemos confiando en la compasión infinita de nuestro Padre Todopoderoso, y procedamos diligentemente a acercarnos a nuestro Dios con corazón contrito y humillado para glorificarle y presentar nuestras peticiones para el socorro oportuno, confiando en su corazón que brota compasión.
4.- El corazón que brota compasión en la reunión de los dispersos.
Ese es un aspecto glorioso y sublime del corazón que brota compasión, la reunión de los dispersos. Estar disperso es una condición triste de no poder tener o compartir nuestra propia identidad, costumbres, lenguaje o filosofía, de compartir con los nuestros.
Hoy los venezolanos sufrimos una de las diásporas mas grande de Latinoamérica producto de las condiciones deplorables que tiene ahora el país, y se ha dispersado por la región y por el mundo. Por las redes podemos saber de sus luchas, sus sacrificios, su nostalgia y sus deseos de volver a una patria restaurada.
No hay alegría mas grande que la del forastero que vuelve a casa, a su idioma , a sus costumbres y a su nación. Dios garantiza a su pueblo restaurar esta alegría, no solo en el plano físico, sino también en los que están dispersos por sus propios pecados y miserias, y excluidos de la familia de Dios.
No era diferente para Israel en los tiempos de la deportación a Babilonia, profetizada en el texto que estamos leyendo, por el profeta Oseas; y aún después de la deportación quedaron dispersos por la región. El pueblo de Israel habría de ser dispersado, y Dios les reuniría nuevamente (Os 11.10-12).
Como el rugido de un león, el Señor llamará y su pueblo vendrá rápida y ágilmente, con temor ante su presencia, pero seguro, así como el león brinda seguridad a sus cachorros ante toda la selva cuando los cachorritos están en su presencia. Aún a pesar de las mentiras y los pecados en que hayan vivido, Dios los llamará con voz potente y disuasiva.
El llamado de Dios es irresistible, aún en medio de los pecados en los cuales todavía vivía el pueblo de Israel.
El corazón que brota compasión no cambia, y todavía Dios nos llama y nos congrega en su presencia, aún cuando somos pecadores. Dios no desechará a su pueblo, porque fuimos escogidos antes de la fundación del mundo para ser santos y sin mancha delante de él (Efe 1.4). Desde el principio hemos estado en el corazón que brota compasión, en el corazón Dios, y nos ha amado con amor eterno.
El nos conoce desde siempre (Ro 8.28-29), nos predestinó desde antes de la fundación del mundo para ser suyos, para ser santos y sin machas delante de él. Nos llamó, nos juntó desde cada rincón del planeta para ser un solo cuerpo en su presencia, la iglesia.
Nos justificó en Cristo Jesús. Cristo fue a la cruz para morir por mis pecados, y presentarme justo e inocente delante de Dios Nos glorificó, en el presente hemos de vivir para rendirle la gloria, pero en la venida de Cristo seremos transformados en cuerpos glorificados libres de pecado para no ver el dolor, la muerte, ni las enfermedades .
Sus hijos no podemos escapar a este plan de Dios, porque él nos atrae poderosamente, desde cualquier lugar que nos encontremos, para hacer de nosotros su pueblo, que dará testimonio de las grandes cosas que ha hecho por nosotros.
Podemos tener plena confianza en el llamado de Dios, porque el nos cuidará con su cuidado paternal que nace de un corazón que brota compasión para nosotros, y lo demuestra con los poderosos hechos que ejecutó en nuestro favor en toda la historia de la redención, y que se hacen aún más vigente en nuestro presente y en nuestro porvenir.
Dios, por causa de su corazón que brota compasión, entonces, nos garantiza en su llamado su amor, su misericordia y cuidados paternales, su guía , su protección y la garantía de que no pereceremos cuando somos castigados por nuestros propios pecados, su corrección y disciplina paternal hacia nosotros, y nos garantiza preservarnos con esas bendiciones hasta llevarnos a su presencia, a la vida eterna, en su gloria a través de Cristo Jesús, nuestro Señor.
No seamos rebeldes, tomemos en cuenta la obra que ha hecho por nosotros, sus poderosos hechos, y esforcémonos por enaltecerle, por alabarle y darle la gloria con nuestro corazón y todo nuestro ser. Abandonemos la vida de pecado y mentira delante de él y agradezcamos por su salvación glorioso que ha reservado para cada uno de nosotros.
Seamos misericordiosos y compasivos, así como él lo es con todos, y hace llegar sus bendiciones sobre buenos y malos. Y mostremos como él, que nuestro corazón puede ser conforme a su corazón, un corazón que brota compasión. Amén.
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