La Esclavitud del Pecado. 3 Razones Para Liberarte de Ella.

La esclavitud del pecado, ¿hasta dónde puede ser resistida? ¿Cómo nos daña? ¿Cómo podemos ser liberados de ella? Hoy, las personas andan en la esclavitud del pecado de manera consciente o inconsciente.

Viven vidas sometidas a preceptos del sistema mundial de las cosas  que nada tiene que ver con la palabra de Dios, o lo que Dios requiere como personas libres que viven a su servicio. En este estudio, vamos a considerar 3 razones por la cuales debes liberarte de la esclavitud del pecado.

Índice De Contenidos

    1.     Porque la esclavitud del pecado te hace siervo de la mentira

    La mentira del ateísmo

    El ateísmo es la corriente que niega la existencia de Dios (Sal 14.1) y por consiguiente niega su palabra, su verdad (Isa 32.6) y su autoridad (Sal 14.1). Se ve en la adoración de las cosas creadas (Ro 1.25), en la jactancia humana y en la decisión de vivir una vida sin Dios que resulta en impiedad y trae el juicio de Dios (Ro 1.18).

    Una de las características fundamentales del ateísmo es que niega  la habilidad de Dios de cumplir su Palabra Jr 17:15, lo cual trae como consecuencia la vanidad de las personas al presumir de que puede andar en sus propios pareceres y no bajo la voluntad de Dios (Isa 5. 19-21). También muestra desprecio por el nombre de Dios, y le utiliza de manera falsa y burlista (Lev 19.12) jurando en vano en su nombre (Jer 5.2).

    3 Razones Para Liberarte de la Esclavitud del Pecado

    El ateo se jacta del deseo de su alma ante Dios y le reta. Admira al codicioso  y sus caminos están lejos de los caminos de Dios, y aún sus adversarios muestran molestia por el trato despreciativo que reciben del ateo (Sal 10.3-5).

    Una persona bajo la influencia del ateísmo tiende a no buscar a Dios en sus problemas, sino que trata de solucionar bajo su propia prepotencia (Job 35.10-11) y confía en que sus capacidades son más idóneas que las soluciones que Dios ofrece en su Palabra.

    Este tipo de personas también vive en ignorancia de  Dios (Jer 5.4), es decir, no se preocupa por inquirir sobre la existencia o no de Dios, sino que sencillamente lo ignora, ni le importa, ni lo toma en cuenta (Efe 2.12).

    Por consecuencia los ateos se preocupan por negar la existencia de Jesucristo, o negar la unión de su naturaleza humana y la naturaleza divina en la misma persona, o tratar de minimizarle diciendo que fue un gran maestro, o negar su obra especialmente en la crucifixión y la resurrección.

    O negando lo que el Señor Jesucristo dijo ser: el Hijo de Dios, igual al Padre, y de ser para cada creyente el camino, la verdad, La vida y la única manera de alguien pueda estar en la presencia del Padre, y acarreando la condenación directa de Dios para ellos (Jud 1.4).

    La persona que vive en la esclavitud del pecado, está cegada de la verdad, y su corazón endurecido en aceptar con humildad el señorío de Cristo, y vive en  la rebeldía del diablo, con sus propias consecuencias.

    La mentira del legalismo

    El legalismo surge de la creencia que la salvación requiere o depende de la obediencia total a la letra de la ley de Dios. Hoy en día hay muchas iglesias que dicen llamarse cristianas y  además del sacrificio único y suficiente de Jesucristo, requieren de otras normas de la ley para salvarse.

    Ejemplos de legalismo incluyen una excesiva preocupación por los detalles minuciosos de la ley junto con la desatención de sus intereses fundamentales, y una preocupación por tradiciones humanas legalistas.

    El legalismo disminuye la eficacia de la gracia de Dios para con el creyente redimido mostrada en el evangelio. El Señor Jesucristo condenó duramente a los fariseos porque su actitud legalista cierra el reino de Dios a quienes tienen tales prácticas y así enseñan (Mat 23.13,15), y el apóstol dice que somos salvos por gracia (Es el regalo no merecido de Dios dado en nuestra salvación) y que es un don de Dios (Efe 2.8) para que nadie se ufane de haber alcanzado la salvación por sus propios méritos.

    Él mismo comprendió que era en los méritos de Cristo y no en sus propios esfuerzos la única manera de ser salvo ante Dios (Fil 3.4-7).

    La actitud legalista de anteponer la ley a la gracia de Dios, trae efectos muy desagradables. La falta de amor por tu hermano en la fe (Mat 23.23), contradiciendo la ley de Jesucristo, que proclama amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo (Mat 22.37-40). El orgullo espiritual es otra de las consecuencias del legalismo (Luc 18.11-12), porque te hace comparar con otros y verte como mejor que ellos por cumplir la ley.

    Se degenera hasta convertir en leyes las reglas impuestas por el hombre (Isa 29.13), y esto resulta en la hipocresía de la gente (Mat 23.27-28) y trae como consecuencia la condición de ceguera espiritual (Jn 9.16) perdiendo de vista el objetivo de la salvación por gracia que nos ha dado nuestro Pdre Celestial en Jesucristo.

    El Señor Jesucristo nos advierte contra la falsa doctrina del legalismo (Mat. 16.6, 12) y que nos cuidemos de las personas que enseñan así en las iglesias, porque no es más que arrogancia espiritual y orgullo diabólico.

    La mentira del legalismo encuentra como barrera infranqueable el evangelio de la gracia de Jesucristo. El Señor Jesucristo vino a cumplir la ley por nosotros, ya que nadie puede cumplir perfectamente la ley y ser salvo ante Dios por las obras de la ley, son por la fe en la obra de Jesucristo, quien sí cumplió perfectamente la ley por nosotros quitando l maldición de dicha ley sobre todo los que no podíamos cumplirla. He allí la gracia del evangelio.

    Debemos vencer la esclavitud del pecado del legalismo abrazando con fe el evangelio de la gracia de Cristo a favor de nosotros.

    La mentira de la  religión falsa

    La religión falsa es la adoración de cualquier cosa que no sea Dios, que no haga justicia a su gloria y majestad y en la cual las personas depositen su confianza. Esas religiones son totalmente condenadas por las Escrituras.

    La religión falsa consta de prácticas aborrecidas por Dios, como la adoración de imágenes hecha por el hombre (Isa 44.10-20), la adoración a las cosas creadas (Ro 1.25), la adoración e idolatrías de autoridades seculares  (Apo 13.8, 12)y aún la adoración a los demonios (Deu 32.17).

    La religión falsa tiene sus fundamentos en tradiciones humanas, mitos y filosofías del mundo (Col 2.8, 20-23)  y su práctica incluye desde inmoralidad (1 Rey 14.23-24) hasta sacrificios humanos (2 Rey 17.17)

    Las consecuencias más visibles de las falsas religiones es que no ofrecen ayuda alguna en tiempos de necesidad (1 Sam 12.21), impiden que la gente encuentre la verdad (Jon 2.8), desvalorizan, degradan y deshonran (2 Rey 17.15) y esclavizan a quienes la practican (Gal 4.8).

    La religión falsa recibe toda la fuerza de la ira de Dios a causa que es la base de la idolatría (Jer 16.18) como producto de un corazón que la fabrica.

    Escapar de la esclavitud del pecado es también escapar de la religión falsa y la idolatría que ella conlleva, a adorar al único, verdadero y eterno Dios manifestado en las Escrituras.

    La esclavitud del pecado te hace esclavo de las mentiras del ateísmo, legalismo y falsas religiones, el Señor Jesucristo dijo conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

    2.     Porque la esclavitud del pecado te somete a la corrupción

    La esclavitud del pecado de la mentira trae como consecuencia dos tipos más de esclavitud: La corrupción y la impiedad.  Trataremos primero con la corrupción.

    Naturaleza de la corrupción

    Entendemos como corrupción un estado de decadencia espiritual y deshonestidad moral, derivada de los efectos del pecado, que se expresa en la desobediencia a la santa Palabra de Dios y a condiciones espirituales diferentes a ella. La corrupción es el resultado de la caída del ser humano (Gen 6.11) y por ello, la humanidad entera está corrompida (Isa 1.4). La Biblia dice que no hay justo ni aún uno, todos se desviaron (Ro 3.10).

    De tal manera que la corrupción nace en el desconocimiento de la revelación de Dios en la naturaleza y en su acto de redención, que trajo como consecuencia el entenebrecimiento del entendimiento y la corrupción del corazón.

    De tal manera que la  tendencia del corazón humano corrompido es siempre al mal (Gen 6.5).

    La  corrupción tiene como causa la desobediencia hacia Dios (Deu 31.29). Un corazón desobediente  a la voluntad de Dios no puede buscar la santidad en otro lado, y su tendencia natural es lo contrario a la santidad, lo que le lleva a reñirse con la ética y la moral cuyos parámetros son la palabra de Dios    y trae como consecuencias la negación de la verdad (1 Ti 6.5).  y  el paganismo (Esd 9.11) .

    Las personas corruptas tienden a burlarse de la justicia (Pro 19.28) aún en la aceptación de sobornos (Ecl 7.7). Las personas corruptas suelen andar con malas compañías (1 Co 15.33) y se expresan de una manera negligente (Stg 3.5-6).

    El evangelio rompe el poder de la corrupción

    El poder de la corrupción es roto por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pe 2.20), quien nos ha dado la promesa de la vida eterna y por medio del cual llegamos a ser participantes de la naturaleza divina (2 Pe 1.4), eliminando la naturaleza de corrupción que antes imperaba en nosotros, aunque aún queden restos de ella.

    De tal manera que, por estos restos, debemos limpiarnos de toda la contaminación de nuestra carne y nuestro espíritu, buscando perfeccionar la santidad en el temor de Dios ((2 Co 7.1-2), y así poder arrebatar a otros de la corrupción que les conduce al juicio eterno, para la gloria de la santidad de nuestro Dios (Jud 1.23)

    Dios nos eligió antes de la fundación del mundo en Cristo para que seamos santos y sin manchas delante de él (Efe 1.4), Por eso, debemos romper las ataduras de la esclavitud del pecado que nos somete a la corrupción para ser libres con el objeto de servir a nuestro Señor en santidad, consagrados a él y para su gloria.

    3.     Porque la esclavitud del pecado te conduce a  la impiedad

    Naturaleza de la impiedad

    La impiedad es un punto de vista y estilo de vida que no reconoce a Dios en sus actos. Dice el salmo 14.1 que el necio en su corazón no reconoce a Dios y hace obras abominables, que nunca hace el bien. Los líderes religiosos de Judá en el pasado son mostrados en las Escrituras como ejemplos de impiedad (Jer 23.11-12, 15-17).

    Dios les juzgó y exhortó a su pueblo a no escucharlos por su testimonio impío. Para consuelo de los suyos, Dios frustra los propósitos de los impíos (Sal 9.17-20)   y juzgará a los pueblos y naciones que actúan impíamente (Ro 1:18).

    Las obras de las personas impías son malas porque muestran las siguientes características:

    No obedecen a un acto de fe.  No tienen como parámetro la fe que profesan, sino parámetros basados únicamente en tradiciones humanas o en sus propios pareceres y consideraciones  La palabra de Dios dice que todo lo que no proviene de fe, es pecado (Ro 14.23).

    No actúan conforme a la ley de Dios.  Dios exige que pongamos sus mandatos por obras (Lev 18.4). No hay ningún acto, por muy religioso que sea, que supere  a la obediencia a Dios (1 Sam 15.22).  Las obras de los impíos no se someten a la obediencia a Dios, y por lo tanto dejan de ser buenas delante de Dios para convertirse en abominables.

    Buscan su propia gloria y jactancia en sus actuaciones. El apóstol Pablo nos insta a que todo lo que hagamos, lo hagamos para la gloria de Dios, que él sea el primero en recibir la gloria y la honra por nuestras actuaciones ( 1 Co 10.31). Las obras de las personas imías solo buscan el realce de quien las realiza, de los que tocan trompeta para dar limosna y la anuncian a través de grandes despliegues informativos.

    Actuar de esta manera aún en sus obras es impiedad que no agrada a Dios y que merece su justo juicio.

    Los creyentes deben protegerse contra la impiedad.

    El apóstol Judas nos llama en su corta, pero precisa carta, a protegernos combatiendo ardientemente por preservar la fe una vez dada a los santos contra hombres impíos que han entrado encubiertamente a las congregaciones, que hacen de la gracia de Dios libertinaje y niegan a Dios y al Señor Jesucristo (Jud 1.4).

    Que mancillan a las personas, que rechazan la autoridad y blasfeman sobre el mundo espiritual que desconocen (Jud 1.8). Entre otras cosas, son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos y buscando sacar provechos de los hermanos de buena voluntad (Jud 1.16).

    Contra los tales el llamado es defender la palabra de Dios como norma de fe y conducta entre los creyentes, exhortados a vivir santa y piadosamente, edificándose en la fe, orando en el Espíritu Santo, conservándose en el amor de Dios y esperando en la misericordia de la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo para recibir la vida eterna (Jud 1.21).

    Jesucristo quitará la impiedad de Israel

    Cuando el apóstol Pablo se refiere a “Todo Israel”, está hablando de la totalidad del pueblo de Dios, tanto de la plenitud de los gentiles como la de todos los judíos que hayan confesado al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador (Ro 11.26-27).

    Jesucristo habrá de quitar el pecado y la impiedad de sus escogidos desde ahora y para siempre. Dios nos ha llamado de la desobediencia de la impiedad para que alcancemos la misericordia de la salvación que nos es ofrecida en Jesucristo. No hay ninguna otra manera de liberarnos de la impiedad.

    Nuestros actos nunca podrán alcanzar la satisfacción necesaria que Dios demanda para ser salvos por nuestras obras, y nuestro corazón no tiene ni la tendencia ni el deseo de hacerlo.

    Solo Jesucristo, por la gracia de Dios, puede liberarnos de la esclavitud del pecado que produce la impiedad, ya que en nuestra esclavitud  somos incapaces de escapar de ellas.

    Amado, aléjate de las mentiras que te producen ceguera espiritual, como el ateísmo, el legalismo y las falsas religiones. Libérate de la corrupción moral y la impiedad que te llevan a hacer estragos entre los que te rodean, abrazando la gracia de Dios a través de la salvación que Jesucristo ganó para nosotros, y viviendo una vida de santidad ante él para gloria de nuestro Padre Celestial. Amén.

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