La Semilla del Pecado. ¿Qué Está Mal en Nosotros?
Una de las cosas mas sutiles que se desliza en nuestra alma y nos corrompe de manera sagaz e imperceptible es la semilla del pecado en nosotros. Ella se desliza de manera sigilosa dentro de nuestra voluntad y cuando nos damos cuenta estamos cometiendo actos vergonzosos con nuestra moral cristiana y acarreando las consecuencias del mismo ante Dios y ante nuestro prójimo.
Vamos a ver cómo actúa la semilla del pecado y la manera de neutralizar su germinación en nuestros corazones.
Definición de pecado
Quizá la definición mas común de pecado sea la "desobediencia a Dios". Sin embargo, esta definición puede tener varias dimensiones: En el salmo 51, el rey David hace una confesión de pecados que ha sido clásica en la liturgia de nuestras iglesias, y que nos va a dar una idea bastante acertada sobre lo que es pecado.
La primera palabra que utiliza para pecado el rey David es Avah, que se traduce frecuentemente como iniquidad o maldad. Significa torcer fuera de forma. Es deformar la vida de Dios en un corazón no centrado y lleno de creencias contrarias a su Palabra que producen una gran distorsión en la vida de quien toma esa actitud (Sal 51.2a)
Este concepto lo utiliza Pablo en su carta Tito, cuando le dice que antes de ser salvos por Jesucristo, éramos ignorantes, desobedientes, perdidos y esclavos de los malos deseos (Tit 3.3). Es como un hueso dislocado que causa gran dolor y daño.
La segunda palabra es Chatha, que se traduce como pecado. Que significa fallar en el blanco. Las personas falla en vivir para la voluntad de Dios, en unión y armonía con él, y vivimos para nuestra propia gloria (Sal 51.2b). Se han privado de vivir en la voluntad de Dios y ahora están destituidas de su presencia (Rom 3.23).
La otra palabra que usa el Rey David es Pasha, traducido como transgresión (Sal 51.1), que significa rebelarse voluntariamente contra alguien a quien se debe obediencia. Nuestra desobediencia es una deliberada sustitución de la obediencia a Dios para hacer la propia (Rom 1.21,23,25).
En resumen, pecamos cuando rechazamos la verdad de Dios y su gloria para vivir nuestras propias creencias, cuando fallamos vivir en comunión con Dios y hacer su voluntad, y cuando nos rebelamos y desobedecemos deliberadamente la palabra de Dios y nos envanecemos en nuestros corazones, y cambiamos la adoración de Dios por ídolos creados por nuestra mente deformada.
La semilla del pecado
Encontramos la semilla del pecado como el resultado de la caída, durante el cual la creación se rebeló en contra de Dios su creador.
La semilla del pecado como el resultado de la actividad del diablo
El primer abono de la semilla del pecado fue originalmente la instigación del diablo para el primer pecado.
Este vino por el engaño y la instigación de Satanás, él contradijo el mandamiento de Dios (Gen 2.16-17) y después les dijo la mitad de la verdad, y le dijo que serían como Dios, conociendo del bien y del mal (Gen 3.1-6).
Adán y Eva ya conocían el bien, ahora conocerían el mal, pero del lado de la desobediencia y de los deseos codiciosos del hombre de ser como Dios, de allí la primera transgresión, cuando desobedecieron de forma rebelde y voluntaria la voluntad de Dios para someterse al mandato del diablo.
Aquí vemos el papel del diablo como tentador, él instigó a Adán y Eva para ser tentados. Pablo era conocedor de la habilidades Satanás como tentador, y temía que la iglesia en Tesalónica hubiese caído en las trampas del diablo (1 Tes 3.5).
El diablo trató de acabar con la obra de Jesucristo para nuestra salvación incluso antes de que comenzara su ministerio cuando le tentó en el desierto ofreciéndole privilegios del mundo a cambio de que el Señor le adorase (Mat 4.1-11) el Señor nos enseñará en la oración modelo a pedir al Padre que no nos dejará caer en tentaciones, y nos librará del mal (Mat 6.13).
El diablo también es la fuente pecaminosa de la conducta humana. El Señor Jesucristo dice que Satanás es el padre de la mentira, y por lo tanto actúa como la semilla del pecado (Jn 8.44). Sigue diciendo que los no creyentes hacen las obras de su padre el diablo, que es el origen del mal. (Jn 8.38).
Satanás peca desde el principio (1 Jn 3.8), esta ha sido siempre su actividad, vivir en el pecado desde el principio y empujar a otros a hacer lo mismo (Jn 3.10). El también hizo pecar a muchos ángeles en el cielo, haciéndolos dejar su lugar de honor ante Dios para entrar en rebelión ante el Creador, por lo cual fueron condenados a prisiones de eterna oscuridad (Jud 1.6).
La fuente del pecado y del mal está en Satanás (Eze 28.15). Para esto vino nuestro Señor Jesucristo, para deshacer las obras del diablo (Jn 3.8).
La semilla del pecado sembró su poder sobre el mundo
Por esta causa, la semilla del pecado, éste ha reinado en el mundo desde Adán hasta los tiempos de nuestro Señor Jesucristo en la tierra. El apóstol Pablo nos asegura que que por medio de un solo hombre (Adán) entró el pecado al mundo, y con el pecado la muerte pasó a toda la humanidad, por cuanto todos pecaron (Rom 5.12). El pecado acecha al ser humano como una fiera para atraparlo (Gen 4.7) y hacerlo esclavo del mismo (Jn 8.34) y llevarlo en esa esclavitud a las consecuencias del pecado: la muerte (Rom 6.16) .
Esto ocurre en la humanidad porque el pecado utiliza la ley para despertar deseos pecaminosos en nuestra naturaleza carnal (Rom 7.5). Pablo pasa a explicar cómo un mandamiento justo y santo de la Ley contrasta con los deseos de su naturaleza, y en su esclavitud hacia el pecado, es instigado a hacer lo contrario, rebelándose contra Dios y cayendo en pecado (Rom 7.7-12).
Así, el mundo entero está bajo el dominio del pecado y lo que ofrece es pecaminoso ( 1 Jn 2.16). Por eso, el Señor Jesucristo nos llama a tener cuidado de andar pensando en banquetes y borracheras, y en los afanes que nos ofrece este mundo, porque no sabemos cuando será el fin de los tiempos, y si nos agarra en esa actitud. (Luc 21.34)
La semilla del pecado tiene sus raíces en la naturaleza humana
La naturaleza humana es cultivo para la semilla del pecado. El corazón humano está dominado por el pecado. Nada hay tan engañoso como el corazón humano, que es la fuente de los deseos y las voluntades internas del hombre (Jer 17.9). De este corazón corrompido por la semilla del pecado nacen toda clase de bajezas carnales e inmoralidades de deseos pecaminosos que contaminan al hombre (Mat 15.19).
Una consecuencia de cambiar la verdad teológica de Dios por la mentira del diablo repercute en el corazón porque entonces brota la inmoralidad y las exageradas bajas pasiones (Rom 1.24). Por esto, somos exhortados por el autor del libro de Hebreos que no haya entre los cristianos alguno de corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo y se endurezca por el engaño de la semilla de pecado en ellos (Heb 3.12-13)
Otra característica de la naturaleza humana es que está fundamentalmente opuesta a Dios. El apóstol Pablo nos dice en la carta a los Romanos (Rom 8.5-8) cuáles son algunas de esas características:
Primero, que los viven de la carne piensan en las cosas de la carne (Rom 8.5), es decir, que solo piensan conforme a su débil condición humana y malos deseos, y ponen su mente y solo se preocupan por esto. Pero los que son del Espíritu solo piensan en las cosas del Espíritu, viven conforme a lo espiritual y fijan la mente en los deseos del Espíritu Santo.
Segundo, el ocuparse de la carne es muerte (Rom 8.6). De manera que quien tiene una mentalidad pecaminosa y vive pensando en todo lo malo que su naturaleza desea lleva a la muerte espiritual, es decir a la separación de Dios y a estar destituido de su gloria (Rom 3.23).
Al contrario, los que son del Espíritu, su mentalidad proviene del Espíritu Santo que lleva a la vida, es decir a la comunión con Dios que tiene como resultado la paz con Dios en función de lo que Dios demanda de nosotros.
Tercero, los designios de la carne es enemistad contra Dios (Rom 8.7). Porque la mentalidad pecaminosa es enemiga de la Ley de Dios, y no quiere, ni tampoco es capaz de someterse a su santa voluntad. No hay ninguna comunión entre el pecado y la naturaleza santa de Dios, y Dios va a reaccionar en su ira de manera santa y ecuánime contra el pecado, porque es un Dios santo que no tolera la injusticia, ni la corrupción, ni la inmoralidad, ni la maldad.
Cuarto, los que viven en la carne no pueden agradar a Dios (Rom 8.8). Dios es santo, y no se agrada con el pecado. De tal manera que los que están sometidos a su débil naturaleza pecaminosa y su tendencia es al mal (Gen 6.5), no pueden agradar a Dios.
Un persona con una naturaleza pecaminosa arraigada no podía acercarse a Dios en este estado sin enfrentar a la santa ira de Dios. Sería como tratar de acercar una gota de agua al sol. Ya sabemos cuál va a ser el resultado.
En la carta a los Efesios se nos dice que quien anda en esa condición carnal, obedeciendo a los malos deseos de su cuerpo y de su mente, merece ser castigado justamente por Dios (Efe 2.3). El apóstol Pedro dice que Dios tiene reservado para los injustos que no obedecen a su voluntad y hacen todo lo que se les antoja en su maldad, aún despotricando y blasfemando sobre los seres celestiales (2 Ped 2.10). Así, Dios castigará a aquellos cuya naturaleza es fundamentalmente opuesta a su voluntad a causa de la semilla del pecado.
La semilla del pecado nos induce al acto de pecar.
El tener la semilla del pecado en nuestras vidas nos induce al acto de pecar. El pecado resulta de ceder a los malos deseos intrínsecos en nuestra naturaleza. El apóstol Santiago nos muestra un proceso en el cual la semilla del pecado es la base de nuestra pecaminosidad y sus consecuencias. El dice que cada quien es tentado cuando sus propios malos deseos le arrastran y le seducen, luego de estos malos deseos nace el pecado, y cuando se consuma, da lugar a la muerte (Stg 1.14-15).
Así vemos como la semilla del pecado germina desde lo más hondo de nuestros corazones y nos induce a pecar. Por eso, en la carta a los Romanos se nos insta a vivir decentemente, como a la luz de mediodía, no en orgías, borracheras e inmoralidades, sino revestidos del Señor Jesucristo, de tal manera que no proveamos para los deseos de nuestras bajas pasiones (Rom 13.13-14).
La semilla del pecado también se refleja en el deseo de ser como Dios. El pecado de Satanás fue exactamente ese (Isa 14.12-14). Él enalteció su corazón, se llenó de orgullos y quiso elevarse hasta la estatura de Dios, gobernando sobre todos los seres angelicales y sentándose sobre el trono de Dios, ser semejante al Altísimo.
Él fue creado perfecto con una conducta irreprochable, hasta que la maldad halló cabido en él. Se llenó de orgullo, de soberbia e iniquidad, y se corrompió en su corazón, así la semilla del pecado germinó en forma de rebeldía y fue desterrado de la presencia de Dios (Eze 28.12), siendo lo que hoy es: un ser despreciable y lleno de espanto.
Así también el hombre pecó por su deseo de ser como Dios (Gen 3.5). Él quiso tener el conocimiento del bien y del mal tal como Dios tiene este conocimiento, instigado por el diablo. El pecado es absurdo, porque su semilla es irracional.
¿Cómo puede alguien dejarse convencer de ser como Dios? ¿Puede decir el barro al alfarero de qué manera lo va a moldear? No podemos ser como Dios en cuanto a sus atributos incomunicables, como todopoderoso, omnisciente y omnipresente, debemos ser como él nos creó, a su imagen en amor, justicia y santidad de la verdad (Efe 4.24).
Lamentablemente esto ocurre cuando la semilla del pecado hace que el cuerpo se ponga a disposición de éste (Rom 6.13). Nuestra carnalidad siempre está dispuesta a servir al pecado, y a poner nuestros miembros a la disposición de éste, se presta para abundar en las obras de la carne: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas (Gal 5.19-21).
Por eso estamos llamados a llevar nuestros pecados a la cruz de Jesucristo y morir a ellos, para que ya no reine el pecado en nuestros cuerpos, sino que resucitemos a nueva vida disponiéndonos como a la justicia de Dios en nuestro miembros.
Finalmente, también la semilla del pecado germina en la influencia de unos sobre otros. pablo decía que las malas compañías corrompían las buenas costumbres (1 Co 15.33). Dios llamó a Israel a no hacer alianzas con los moradores de Canaán (Exo 23.32-33), a no tener ningún pacto con ellos hasta el puto de no dejarlos con vida cuando tomaran los territorios de Canaán que Dios les había prometido, y a no tomar los dioses ajenos de ellos para la adoración, porque iba a ser de tropiezo para los israelitas, cosa que efectivamente, en el tiempo, ocurrió.
El rey Salomón dejó ir su corazón detrás de los dioses de sus esposas (1 Rey 11.3), pervirtiéndose y comprometido su salvación de lante de Dios. Por eso el Salmo 1 nos insta a no seguir el camino de los pecadores ni asociarnos con ellos (Sal 1.1) . y el autor de los Proverbios nos advierte a no consentir al engaño de los pecadores ni a participar en sus obras con ellos (Prov 1.10).
Dios considera de suma gravedad conducir a otros al pecado. El Señor Jesucristo advierte lo grave de las consecuencias que es hacer pecar a unos de sus escogidos (Mar 9.42), él dice que mas tolerable es que se ate una piedra de molino en el cuello y se lance al mar, para no ser encontrado por quien puede ejecutar la venganza sobre quien haga pecar a uno de los suyos.
Por eso, debemos tener cuidado de que en nuestra libertad en Jesucristo no hagamos pecar al que es débil en la fe. nuestros actos que no consideramos pecaminosos en sí para nosotros y que a veces son vistos de mala manera, pueda hacer pecar a nuestros hermanos de conciencia débil, por lo cual debemos evitar que los podamos practicar delante de ellos. No por nuestra conciencia, ni que ellos nos acusen de algo irregular, sino por la conciencia de ellos, para que no pequen por nuestra causa (1 Co 8.9-13).
Estamos llamados a recibir al débil en la fe, no para contender con él, sino para edificarle.
Amados, No permitamos que la semilla del pecado germine en raíces de amargura en nuestros corazones, contaminándonos y haciendo tropezar a otros de manera que no puedan ellos ni nosotros alcanzar la gracia de Dios: Ora y actúa de esta manera: Que mi mente solo piense en lo espiritual, que mis palabras sean para honrar a Dios, que mis manos sean para justicia y misericordia de Dios y que mis pies estén prestos a llevar el evangelio del Señor Jesucristo e ir en pos de los santo. Amén.
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